Trataba un día junto a unos amigos de ejercitar la memoria recordando canciones de Javier Krahe, ese tipo de barbita que se coló en nuestras vidas como colega de Sabina y Alberto Pérez allá en los mitificados años ochenta. Y hacíamos, esa evocación, por lo que sea –que diría uno de los participantes en la charla–, sin ánimo de nada y sobre todo sin la intención final de resolver nuestras dudas sobre tal o cual letra. Para explicarme: no fuimos unos ‘revientaconversaciones’, de esos que agarran el móvil, bucean en internet y finiquitan el asunto con una lluvia de datos. Los hay y bastante cargantes que lejos de intentar recordar se agarran a las tecnologías y dinamitan un debate de bar. Unos listos que van contra la estupenda práctica de sacar un tema e ir derivando de diálogo a discusión y, si procede, a una apuesta. Pero nada, el tipo del móvil fastidia el pasatiempo y evita eso tan españolito de ‘¿qué te juegas?’.
Sano adiestramiento pues es darle vueltas a la cabeza y recordar. Como lo han hecho esta semana los amigos de Pepe Diviú, un tipo no segoviano que caló entre los segovianos, algo difícil en una tierra en la que algunos se empeñan en pedir el grupo sanguíneo, olvidando que uno no es de donde nace, sino de donde pace. Allá ellos, porque se pierden personas como Diviú, al que no tuve el gusto de conocer, pero que visto el emotivo homenaje de toda la segovianía me induce a pensar que era alguien único e irrepetible. Entre los organizadores de esta apertura del balcón del recuerdo, además de José Luis Guijarro que puso el maravilloso atrezzo de su restaurante en la plaza de San Martín, estaba Luis Martín, el hombre primero hostelero, luego radiofónico, más tarde el de la televisión local y de nuevo y ya en el tramo final de su carrera, en la radio.
Luis, que es gran amigo de los viajes –en algunos y, por cierto excelentes, hemos sido compañeros–, posee una gran memoria y sus anécdotas de tres decenios en los medios de comunicación locales son sabrosas. Es una virtud recordar las cosas y tiene mérito, como decía, hacerlo sin tecnologías, como le ocurre a Alberto López, Don Alberto, hijo del mito Cándido y proveedor de datos de la vida en Segovia en el último medio siglo. Evoca y se acuerda de un sinfin de detalles de comensales que han pasado por su casa, la de todos los segovianos y a los pies de las bimilenarias piedras del Acueducto, como le gusta decir. Uno podría estar horas recibiendo información del pasado y sorprenderse de la retentiva de quien parece tener un almacén de historias en la cabeza.
Pero hay a quienes los recovecos de la memoria han jugado una mala pasada y con pesar les recuerdo la noticia de que Gabriel García Márquez padece demencia senil, ese estadio que le llega a personas que están asomadas al balcón, que decía mi abuelo al cumplir años. Pensar que nunca más volverá a escribir desazona y nos deja a todos con los años que nos queden por vivir –que me temo que no serán cien– en pura soledad.
Y en mi memoria está estos días mi madre. Nunca pensé que un tipo como yo, vergonzoso por naturaleza y poco dado a hablar de lo mío, se atrevería a contar en un periódico, así de forma abierta, que ya hace veinte años desde que sus ojos azules ya no miran más que desde una fotografía. En mi memoria su huella y sus cosas, que disculpen no comparta con ustedes, porque no creo que deba nublarles estos días soleados. Solo decirles que nunca utilizaré internet para activar su recuerdo. No hace falta y ella, tan sociable y gran conversadora, no lo hubiera entendido.