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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

La legión de zombis

Percibo un cierto olor a desánimo, a chamusquina social, a ganas de ponerse el mundo por montera, huir hacia adelante y no parar hasta la siguiente estación. Sí, así es, y seguro que ustedes también lo notan y reaccionan en un primer momento con una negación y no quieren incluirse en ese numeroso grupo de desmoralizados, en esa legión de zombis que deambulan sin objetivo, sin saber a quien devorar para sobrevivir. Luego, la realidad es terca y ya asumen que quizá se alisten porque esto no lo arregla nadie; que lejos de mejorar, empeora por instantes y que ya cada día se convierte en un sobresalto para el estado de ánimo y, lo que es más tangible, para el bolsillo.
La pandilla pues de desazonados se incrementa cada jornada que pasa, como si tratara de un parámeto económico de esos que nos traen a mal traer y que nos amargan el ser y el estar. No se ve alegría, te recuerdan desde el panadero hasta el del bar. La gente hasta habla en voz baja, insisten, algo que era difícil de registrar no ha mucho tiempo atrás. ¡Quién nos iba a decir que en las tabernas reinaría el silencio, como en misa de doce! Insólito, el mundo al revés. Ni me reconozco, ni les reconozco. Solo el fútbol nos ha hecho salirnos de ese carril de la prudencia, del recato, de la actitud monacal; y ahora el silencio se rompe para protestar por esta situación a la que nos han llevado o a la que hemos ido solitos y por voluntad propia, que de todo ha habido.
Es tal el temor a perder un solo euro que pueda perjudicar la viabilidad de nuestro empleo que defendemos el parné con uñas, dientes y hasta a mordiscos. Si no lo creen, observen esta noticia que no se ha producido en un lugar remoto, sino en Gijón, aquí, en tierra cristiana, en nuestra España tan europea y tan civilizada: un payaso del tren de la bruja muerde a una señora. Toma ya. Pensarán que podía tenerle alguna inquina, que había mediado insulto, provocación, que se había acordado de sus muertos. Nada, que no, que el problema fue otro. Les cuento. Resulta que si lograbas quitarle la escoba, te regalaban un viaje. La señora, habilidosa ella, lo consiguió con buenas artes y el empleado, temiendo por la cuenta de resultados del negocio, le propinó un mordisco para recuperar la herramienta de trabajo y salvar así el pan de sus hijos. La señora no protestó, pero ante el dolor persistente se acercó a un hospital, donde, además de curarle, le indicaron que debían dar parte a la policía porque es su obligación cuando se trata de una agresión. No sé decirles cómo ha terminado el asunto y si el celoso trabajador ha sido capturado, pero sí que las ferias gijonesas se llaman de la Semana Negra, para que luego digan que el nombre de las cosas no confiere carácter.
Y aquí, en nuestra Segovia, que yo sepa de forma literal nadie ha mordido a nadie, pero algunos se quedan con ganas de hacerlo, desde que han pasado a engrosar las filas de lo que antes les decía: esa legión de zombis que vagan por las calles en busca de la supervivencia.         Tienen muchas papeletas de ser objeto de ataques quienes tenían escoba en el tren de la caja de ahorros. No buscan brujas, sino fantasmas y algunos persiguen sombras de delitos en lo que ha sido, mucho me temo, algo que hasta hace poco hemos considerado normal en esta y en todas las entidades financieras que en este país son y han sido.
Mientras, les pido que si caen en la tentación del pesimismo, de alistarse al batallón de muertos vivientes, cuenten hasta que se les pase y procuren disfrutar del verano, que quizá en el próximo sea aún peor y, además, con el agravante de ser un año más viejos.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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