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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Vamos a perder los alamares

Recordaba el otro día en conversación de bar la copla de Sabina en la que describe la vida madrileña de los 40 y que, como la letra, tiene un título muy taurino: ‘De purísima y oro’. Habla de Manolete, de la barra de Chicote, de Miguel de Molina y su triste exilio, de Pemán, de la sensual Gilda y del Atlético Aviación, entre otros iconos de la época. Menciona también lugares comunes del momento como el aceite de ricino, el estraperlo o la crema de la intelectualidad, frase esta última sustituida ahora por jet-set, gente guapa y chorradas similares. Y como me ocurre en casi todas las canciones siempre extraigo una frase que proceso, envuelvo en mi memoria y, si procede el foro en el que esté, la utilizo. En esta mi favorita es: ‘niño, sube a la suite dos anisetes que hoy vamos a perder los alamares’.
Y vaya si estamos perdiendo los alamares y lo que no son adornos, que es peor. Perdimos la esencia de las cosas, los valores, en esos tiempos en los que valías por lo que tenías, no por lo que sabías y ahora vienen los lamentos, el crujir de dientes y el preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí. Fuimos soberbios, nos creimos ricos por el hecho de poder cambiar de coche, comprar una casa y hasta una segunda, no vaya a ser que el vecino se sienta más importante que yo. Un disparate. Entonces cuando me preguntaban por qué vivía de alquiler, por qué diablos tiraba así el dinero, siempre contestaba que no me casaba con una señora llamada hipoteca, que pertenece a otro señor llamado banco y que ya tenía yo bastante con un matrimonio,  tres nenas, una suegra y todos los complementos familiares que pueda usted imaginar.
Perdido pues el horizonte de lo razonable, sumidos en una ridícula altanería, en el orgullo del dinero, llego el momento de pisar el suelo y, ¡atiza¡  estaba embarrado. Ahora todos decimos: vendo la casa, el vehículo de la niña –que lo compre antes de que sacara el carnet de conducir en previsión de que si lo utilizaba para amoríos que fuera propio, faltaría más – y hasta cambio de suegra si es preciso y empiezo de cero. Pero claro, la misma idea se le ha ocurrido a miles, que detentan la propiedad de miles de viviendas, de cientos de miles de coches y que tienen suegra en activo y muy en activo. La teoría se desmorona, mientras perdemos hasta los alamares que ya no usan más que los toreros y algunos capistas de la tuna.
Y entonces nos consolamos, como supongo hacían en los difíciles años 40 de la canción, con el mal de todos; con que los bancos han sido unos canallas, como los estraperlistas de la postguerra; con que los extranjeros nos odian por envidia porque hemos sido los mejores, los más divertidos, como lo hacían también entonces por ser la reserva espiritual de occidente. Y al final si antes éramos víctimas de una conspiración judeo-masónica, ahora lo somos de los taimados mercados, de los especuladores que no entienden que aquí todos los gatos hemos tenido zapatos, porque teníamos derecho a ello aunque ninguna obligación de pagarlos, que eso de hablar de dinero es una ordinariez.
Así cada vez perdemos más alamares y estamos casi desnudos, pero muy dignos. Por perder, hemos perdido hasta una piedra del Acueducto. Nos sobraba de todo. Quizá se la ha llevado algún maldito banco o los alemanes, que no hacen más que fastidiar con tanta fiabilidad. Hasta que la encuentren y como en la copla, yo me voy a tomar un descanso estival, dos anisetes y aunque no vaya a una suite procuraré perder los alamares que me dé la real gana. Estaría bueno.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


julio 2012
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