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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

El gen que salta normas

Tenemos los españolitos la costumbre de decidir qué norma cumplimos y cuál no y en qué tiempo y lugar nos la saltamos. Decimos: esta es justa o no; me conviene o me la paso por dónde usted sabe. Todos parecemos llevar un juez dentro, que aplica las leyes tal y como considera. Sin embargo, últimamente tendemos a ser más disciplinados, a asumir que nadar contracorriente es arriesgado y que de valientes están los cementerios llenos. Cumplimos y esperamos, como en la mili, que nadie se fije en nosotros no vaya a ser que se enteren de que vivimos mejor que el vecino y que aportamos menos al fondo común de la cosa pública de lo que disfrutamos.
En ese ambiente de conformismo general –solo quebrado ahora por funcionarios cabreados, aunque con mesura– nos regodeamos sin apenas variaciones o mudanzas. No nos alteramos y el guión está fijado. Más disciplina que nuestros padres o que nuestros abuelos, esos indómitos de la guerra, sí tenemos, pero el gen está ahí. Y toma, la incumplimos, porque a mi ningún puñetero gobernante me dice lo que tengo que hacer y, además, sé de buena tinta que si cometo esta infracción no pasa nada, nunca ha pasado nada.
Tantas reglas nos agobian. Así fue, si recuerdan durante los Juegos Olímpicos de este verano. Pegada la vista al televisor y el cuerpo al sofá por el calor asumimos un tsunami de conocimientos de normas de deportes extraños, esos que nunca vuelves a ver hasta cuatro años más tarde. Que si un córner en balonmano es cuando la pelota la toca un defensa, pero si es el portero, no; o al revés, en waterpolo es si la desvía el guardameta. Y para rematarlo está en hockey sobre hierba el penalty-córner, que es una mezcla tan difícil de creer como la del oso hormiguero; porque, convendrán conmigo, que o es penalty o es córner o es un oso o es una hormiga, pero esta comunión es antinatural. Un lío, vaya, tanta información y tanto reglamento, y pensamos que si las cosas fueran más abiertas, con menos trabas, seguro que hubiéramos ganado más medallas que nadie y nuestro medallero hubiera sido desbordante. Que no nos va ese aluvión de reglas, que cuando queremos aprenderlas ya nos han ganado los contrarios. Y así cualquiera.
Y luego estaba la dichosa manía de los comentaristas deportivos de utilizar palabras en inglés. Que si ‘personal best’ es la mejor marca de cada uno y demás expresiones para tocarnos las narices a nosotros, que nos saltamos la regla mundial de aprender el idioma de los hijos de la Gran Bretaña para ser algo en la vida de esta aldea global. Que esta regla no me gusta y no la cumplo, vaya, aunque me cueste no enterarme de nada cuando cruzo las fronteras; que es igual, que con señas y hablando alto, fuerte y claro todos nos entienden, que les conviene llevarse bien con nosotros.
Decidimos pues que regla nos saltamos, pero eso sí siempre con la disciplina que imponen estos tiempos de lo políticamente correcto y socialmente intachable. Que no vaya a ser, por ejemplo, que por no decir que la prostitución es un oficio digno como cualquier otro si se ejerce dignamente nos caiga encima toda la corte de controladores de la moral que nos toca vivir; o que no todo está en Internet y sí en los libros, que los valores han cambiado y está usted desfasado. Que eres de otra era, me espetan mis hijas.
Disciplinaditos, obedientes con los principios y pensamientos, pero algo casquivanos con las normas. Que el penalty siempre ha sido penalty y el córner, pues eso, un córner. Ah y lo digo yo cúando es una cosa u otra. Estaría bueno.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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