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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

La película de Carrillo

Martes alrededor de las diez de la noche. Una joven rubia presenta un minitelediario en el descanso del partido europeo del Real Madrid. El busto parlante cuenta que Carrillo ha muerto. No se desprende emoción alguna de la cara con sonrisa convencional . Parece que le recomiendan para su trabajo que es indiferente narrar un fallecimiento que una comparecencia de un ministro. El rostro no ha de despertar sentimientos que aquí estamos solo para informar y, como mucho, hay que insuflar gravedad en la narración cuando mencionamos los grandes problemas de la humanidad, como la tristeza de Ronaldo. Ahí sí, que a mi que me cuentan de un tipo que era comunista, más viejo que la pana y que era tan incorrecto que fumaba sin parar y en público. Y además no sé qué líos tuvo en la guerra.
Pasa el reducido informativo a mejor vida y la rubia se despide con la misma expresión de robot. Vuelve el fútbol y, maravillas de la vida, es emocionante. Esto sí. Que si un gol, que si al final Ronaldo marca, lo celebra y le desaparece la tristeza. ¡Qué alegría más grande! Ya nadie se acuerda de ese Carrillo, bolchevique y fumador, porque ha vuelto el alborozo gracias al portugués melancólico, que hubiera cantado fados si no fuera porque Dios le dio fuerza hercúlea en las piernas y solo en las piernas. Me enseñaban, por cierto, el otro día una fotografía del risueño futbolista, tomada en un restaurante de Madrid, en el que el espabilado se sentó frente a la puerta y todo el mundo le miraba y escrutaba su desconsuelo. Accedió a que le tomaran una instantánea con dos adolescentes, pero con la condición de que fuera «solo una». La imagen es fiel reflejo de su aflicción. Los jóvenes sonrientes –como corresponde a una foto aunque te la hagas con la más fea del baile– y él, ¡ay pobre!, con expresión de congoja, atribulado por sus cosas.
A quién no se le veía triste, a pesar de los pesares y de sus enemigos, era a Carrillo. Ya ven y se muere justo el día de la resurrección del torturado futbolista. Cosas del destino. A Carrillo se le veía alegre con su peluca, que esa es la imagen que seguro tenemos mucho. A mi entonces me despertaba curiosidad saber qué cara y cuerpo tenía ese tipo del que hablaban pestes. Y resultó que esos cuernos y ese rabo que se le atribuían debían estar los primeros debajo de la peluca y la cola en un lugar que tampoco podíamos ver. Confuso el asunto para un adolescente más preocupado por las novietas que por este señor con cara de pillo.
Carrillo estuvo en Segovia, como lo hizo en casi todos los rincones de España en el frenético año de 1977, en el que su partido fue legalizado y elegido diputado. Anécdotas por supuesto provocaría muchas y variadas, como corresponde a una persona que de estigmatizada y perseguida pasó a ser padre de la patria en apenas unos meses. La curiosidad por verle traspasaba las fronteras y la intolerancia que imponen las ideologías. Era un personaje y lo fue hasta el final. La mía, mi anécdota, es oirle contar a mi padre, empresario de salas de cine, que el dirigente comunista iba a dar un mitin en su local en Valladolid y la noche antes se hundió el escenario. Hubieron de cambiarlo a otro lugar y menos mal que fue unas horas antes, que sabe Dios si se desploma el techo sobre Carrillo de que le hubieran acusado, a él tan reacio a los extremos que tanto se llevaban entonces.
«Fíjate si lo que no logró Franco, lo consigues tú: cargarte a Carrillo», le decían con guasa. Y seguro, con su sarcasmo, que pensaba y aún piensa que más que de peluca hubiera sido de película.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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