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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

El comercio que sufre

A nadie se le escapa que estamos tocados. Que lo que antes fue la próspera y venturosa España es ahora un campo desolado donde solo florecen minas. Y entre todos los sectores que un día fueron boyantes y hoy ya no lo son de los más castigados es el comercio. El pequeño, pero también el grande que ve como el consumo desciende y oscurece sus grandes cifras de antaño.  El abatimiento general, el desánimo instalado en la sociedad y, por supuesto, el viaje a los infiernos del poder adquisitivo de la numerosa clase media han dejado a los comerciantes en una tenaz depresión.
Sufre el pequeño comercio hasta unos límites insostenibles. Las calles comerciales son un rosario de locales vacíos. Abren y cierran a veces sin que tengan tiempo ni de completar un año fiscal. Un paseo por la Calle Real o José Zorrilla, las arterias con más establecimientos de la ciudad, es una continua sorpresa por el clausura de comercios y la apertura de nuevos que poco después mueren. Eso sí, les hay de toda la vida que aguantan carros y carretas y que lavan su cara con la esperanza de que el enfermo llamado consumo mejore.
La gente pasea y pasea pero no compra por falta de peculio. Este es el argumento preferido por la mayoría de los tenderos. Y aunque esta sea la razón más evidente, la que afecta a casi todos los mortales y en la que convenimos por unanimidad, existen otros motivos de carácter psicológico y no material para que la gente no entre en las tiendas y saque la cartera. El otro día así me lo contaban. La teoría era la siguiente: quien tiene dinero o quien gana al menos lo mismo que antes de comenzar la crisis no consume porque teme llamar la atención y llevarse el reproche social, que le cuelguen el sambenito de insensible con millones de sus conciudadanos que lo pasan realmente mal y que sufren para alcanzar los parámetros básicos de bienestar.
Sí, que pasearse con una bolsa de ciertas marcas es ahora ser un desconsiderado e, incluso, una provocación. Lejos quedan ya los tiempos en los que era más importante el continente que el contenido, en los que llevar en la mano bolsas de una boutique de campanillas era una señal de triunfo. En este lánguido momento de nuestra sacrosanta sociedad de consumo pavonearse por la calle no está bien visto, como ocurría con Hacienda para quien los signos externos eran sinónimo de presunto culpable de tener más de lo que declarabas.
Y si la falta de caudal y este rechazo social del alardeo son dos condiciones que están machacando el comercio tradicional, hay una tercera causa que da la puntilla: la compra por internet. Comodidad, rapidez y precios competitivos es lo que argumentan sus defensores para indicar que tres de cada cuatro internautas españolitos le dan a la compra online, lo que se traduce en unos 15 millones de compatriotas que activan la tecla y evitan el paseo. Y entre ellos el perfil más repetido es el de mujer treintañera, usuaria persistente de este denominado por sus promotores consumo inteligente.
Un drama económico para quien eligió el camino de estar detrás de un mostrador. Siempre le quedara el recurso de reinventarse, de reconvertirse, de hacer algo, aunque solo sea dándole una patada al dichoso ordenador. Así, seguirá consumiéndose por la falta de consumo, pero al menos se quedará a gusto.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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