Entre consultas populares, recogida de firmas, referendos varios y protestas diversas se nos escapan asuntos positivos, cosas que indican que la vida sigue y que también hay buenas noticias. Asuntos que predicen que hay algo de luz en el fondo de este túnel inmenso por el que ya desde hace mucho tiempo transitamos con un paso lento y cansino. Obras, en definitiva, que nos animan a no salir despavoridos hacia ninguna parte, que es algo que seguro a muchos se les pasa o se les ha pasado por la cabeza.
Dirán que cuál es eso que tanto ánimo me insufla. Más que el hecho en sí es la reconciliación con algo que fue nuestro, que tuvimos muy interiorizado y que, por cosas del destino y actos de unos pocos, ahora maldecimos. Es Caja Segovia, esa entidad antes amiga y de la que ahora nos avergonzamos y renegamos de la vieja amistad que nos unía con ella. Pues sí, Caja Segovia, la Caja, lo que es ahora una fundación no solo es protagonista por sus convulsos últimos tiempos –que bien se reflejan en la revista templo de la escandalera nacional, de la que ya saben ustedes el nombre y lo que cuenta de viajes de lujo– sino también por acciones que le devuelven la confianza de quienes antes fueron sus leales seguidores.
Bien lo saben o bien lo van a saber y vivir esta reconciliación en Fuentesaúco de Fuentidueña, Cuéllar y Ayllón y a partir de mañana en Bernardos, Sanchonuño y Navalmanzano. En todas estas localidades se ha articulado el perdón gracias a la cesión de los centros de la antigua obra social a sus ayuntamientos, para disfrute de sus gentes. Todos espacios multiusos cedidos de forma gratuita con el compromiso de los consistorios de velar por su funcionamiento y abonar los gastos que se deriven del mismo y de su conservación. Un hecho, ya les digo que vuelve a poner en el mapa a nuestra caja, esa que desempeñó una función social fundamental en el medio rural desde el lejano 1876. La castigada provincia por la terrible despoblación volverá a tener así un asidero gracias a lo poco o nada que queda de la extinta Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia.
El camino emprendido parece que tendrá continuidad y se salvarán más pueblos del tremendo destino de quedarse sin centros sociales donde vertebrar la rutina que tanto empuja a los jóvenes a abandonar el terruño y a los niños y ancianos a resignarse al olvido. Además, ahora que con el verano cobran vida esto es una inyección de moral para lo que vendrá en el previsible duro invierno, ese tramo tan dilatado y vasto de la dura meseta.
Y seguro que para asumir estas golosas infraestructuras los alcaldes no han tenido ni que pensar en hacer una consulta, en preguntarles a sus vecinos si quieren que esto se mueva o que, por el contrario, sigamos estancados en las palabras con desprecio a los hechos. Y convencido estoy de que nadie ha emitido ni las más mínima queja ante algo que te dan, de lo que gozan en miles de localidades del suelo patrio y que no es otra cosa que un lugar donde activar el convencional discurrir del tiempo. La Caja, esa que era nuestra, vuelve a hacerse un hueco entre nosotros y a reconciliarse con los que ahora somos sus huérfanos.