No va más. Si pensaban que el comienzo del verano iba a servir de freno para detener la vorágine de polémicas estaban equivocados. Como lo estaba yo, por supuesto. Ha sido empezar el calor –mucho, supongo que lo habrán notado– y calentarse el ambiente hasta unos límites prácticamente inéditos. Líos políticos, judiciales y en medio los ciudadanos, con nuestras pequeñas cosas sin importancia, como el desempleo, pagar a Hacienda o la incertidumbre ante un futuro más negro que el tizón. En fin, nimiedades al lado de los importantes asuntos que ocupan a esos que guían nuestras vidas con grandes sacrificios.
En estas estamos, entre polémica y más polémica. Y seguro que han percibido que en todo el maremagnum de escandalitos, escándalos o escandalazos –que cada uno lo califique como quiera, que para gustos, los colores– hay un denominador común: la sombra de Caja Segovia, que continúa siendo muy alargada. Si hablamos del palacio de congresos, allí estaba la difunta; si el asunto es Segovia 21, pues también, pudiéndose incluir en el mismo lote. Y si hablamos de deporte, resulta que el equipo de fútbol sala, que tanto nombre le dió a la extinta entidad, ha sido protagonista en este acalorado inicio del verano por seguir casi el mismo camino que su valedora, la Caja.
Ya ven que no falta tema de conversación y que Caja Segovia está en primera línea en esta divulgación generalizada de nuestras miserias. No descansa la finada, ni tiene paz, precisamente esa que pide y dice merecer su ex presidente, Atilano Soto, ahora proscrito después de haber sido el tipo más solicitado durante muchos años. Lo que cambia el cuento. Ahora los entonces príncipes son ogros y estos se han apuntado a ser correctos para mejorar su imagen pública y para que los niños no les teman.
Y a todo esto, como les decía, los ciudadanos, esos tipos que tanto incordian y que indigestan con tanta pregunta, con sus cosas tontas. Les cuento la última para que vean a qué grado de absurdo han llegado las relaciones entre administradores y administrados. Un amigo fue hace unos días a la Escuela de Idiomas de Segovia a matricularse, por uno de estos arrebatos que tiene la gente con aprender idiomas por si acaso nos funden la soberanía y gobiernan los mismos, pero políglotas. Al llegar se encuentra a tres personas en la oficina y una de ellas le espeta que para inscribirse ha de hacerlo por internet, que ellos están allí pero como si no existieran. Mi amigo, inocente él, alega que no tiene ordenador ni en casa ni en el trabajo. Extrañados ante su irritante orfandad tecnológica, le hacen sentarse en el puesto de la secretaria y autoservicio, que utilice el ordenador y se inscriba, si tiene narices. Después de sudar la gota gorda y hacer tres impresos en la pantalla le dicen que ha de ir a pagar a una oficina bancaria. El hombre, harto de la situación surrealista, se levantó, se fue y nunca más volvió.
Increible, ¿no? Pues eso, ¡qué cosas tienen estos ciudadanos¡ En lugar de estar preocupados por los apuros de nuestros representantes se empeñan en continuar su vida como si no pasara nada. Y además quieren aprender idiomas ¡Qué descaro!