Oigo en muchas conversaciones, a veces de forma inintencionada, que la Plaza Mayor, la Plaza, ya no es lo que era. Que hay tanto silencio durante muchas horas del día, que estremece. Y que el bullicio de las terrazas o en el improvisado campo de fútbol en el que se convierte el centro donde está ubicado el templete ha dado paso a un sosiego que preocupa. Quietud que inquieta no solo a los comerciantes, la inmensa mayoría hosteleros, de un lugar antes pleno de vida.
«Cada vez subo menos», es una de las expresiones más repetidas, como sentencia de lo que acontece en ese sitio que fue referencia de lo cotidiano en esta implacable ciudad de provincias. Sí, se sube menos, porque los segovianos siempre hablan de subir cuando el destino es la Plaza. Y después de decirlo, el debate se dirige a las causas de esta atonía, de esta languidez desmesurada, de este quien te ha visto y quien te ve, ni sombra de lo que fuiste. La crisis y el desahucio masivo del casco histórico ocupan los primeros puestos entre los argumentos para explicar esta ruptura de ese alboroto que siempre fue la Plaza.
Es evidente que la precaria situación de muchos, con los bolsillos rotos por tanto desempleo, recortes y presión de los recaudadores de los dineros públicos, ha influido, como lo ha hecho en tantos y tantos frentes de nuestras vidas. Pero no es menos cierto que la despoblación de la zona ocupa también un lugar de privilegio en el argumentario, con la ya infame lentitud municipal para aprobar el plan especial de las áreas históricas de Segovia –al anterior 30 años le contemplan– como causa principal de que aquí no viva ni dios, ni se mueva nada de nada. Creo que el día que salga adelante y esto recobre la actividad, con lo que esto supone de generación de riqueza, alguno tendrá que hacérselo mirar y confesar sus pecados, entre ellos los de la incompetencia manifiesta, torpeza y cortedad de miras.
Mientras, la Plaza agoniza y sus aledaños, aún más. Lo comprobé el domingo pasado, en el que cambié el ‘cada vez subo menos’ por un voy a subir hoy, que hace mucho tiempo que no voy a mediodía. Y la prueba del algodón fue positiva, porque el porcentaje de sillas ocupadas en las terrazas era desolador, a pesar de la mañana espléndida y la festividad y porque allí segovianos pocos había, salvo los camareros. Ya lo ven, casi vacía y sin nativos, así estaba la Plaza. Ni ruidosa, ni ágora de la vida segoviana, con los argumentos monetarios y de despoblación como dos espadas clavadas en mitad del corazón de lo que fue y ya no es lugar de algarabía.
La solución de la primera de las causas, esta maldita y ya longeva crisis, se nos escapa, queda lejos de nuestra jurisdicción y de nuestras posibilidades de revertirla. La otra razón, que allí viva ya menos gente que en un solo bloque de cualquier pueblo dormitorio de Madrid, aún le podemos hincar el diente, con permiso de la autoridad y si el tiempo, ese tan largo que emplea la administración para moverse, no lo impide. Solo estamos en manos de la voluntad de los munícipes, algo que realmente me turba.