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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Nostálgicos ¿y qué pasa?

Uno puede cambiarlo casi todo en esta vida. Pareja, casa, vehículo, mascota y hasta tendencia sexual, que dicen resulta enriquecedor, aunque prefiero que me lo cuenten, que los experimentos con gaseosa. Pero hay dos cosas en las que es complicado darle una vuelta a la cabeza, cerrar los ojos y pasarse al enemigo: el equipo de fútbol y la música. A ambos asuntos parece les debemos fidelidad eterna, en la salud y en la enfermedad, –¿recuerdan la frasecita en el día de su boda?– y lo que el balompié y los sonidos han unido que no lo separe el hombre.
Pues en lo del sagrado fútbol saben, porque se lo he contado, que una vez fui un traidor, un Bellido Dolfos de la vida, aquel tipo que ha pasado a la Historia como el traidor de los traidores. Ya conocen el asunto: se cargó en Zamora a Sancho, que pugnaba con Urraca por el entonces deseado trono de Castilla. Fue tan certero en su felonía que ni el mismísimo Charlton Heston pudo impedirlo en la película ‘El Cid’. No entiendo como Hollywood aceptó permitirlo, pero a veces y solo a veces sus guionistas se ciñen a lo ocurrido para desgracia, en este caso, del pobre Sancho.
Y por estas cosas que suceden, en los setenta pasé del glorioso y ahora otra vez muy admirado Atlético de Madrid al Barcelona del glamour de Cruyff. Y ahí sigo, aunque con un pie para volverme a mis raíces futboleras, si no me lo tienen en cuenta, claro, que han transcurrido muchas lunas desde aquello y confío en que piensen que todo el mundo, por ruin que sea, merece siempre una segunda oportunidad.
En la música, ídem de ídem. No es que haya sido un traidor, sino que uno no puedo cambiar de los boleros al heavy sin que se perciba algo extraño, un tufo a enajenación mental transitoria. Es cierto que es posible ampliar los gustos musicales, faltaría más, pero abandonar el rock para pasarse, por ejemplo, a la canción ligera –que es como se llamaba hace ya decenios a la música cursi y empalagosa– es un giro brusco e inapropiado.
En esa teoría de no variar las preferencias, que lo bueno siempre es bueno pasen los años que pasen, coincido con la programación de conciertos de las Fiestas de Segovia, en las que participa este diario. Completamente de acuerdo con el Ayuntamiento en su apuesta por la nostalgia bien entendida, por la melancolía de bandas que un día fueron las mejores y que, aún hoy, pocos o muy pocos las superan. Díganme si no, a quien pueden envidiar del presente panorama nacional de la música los Loquillo, Burning, La Unión, Siniestro Total o los pirados de Los Inhumanos, grupos que por estas cosas de la vida tienen en común que son veteranos y actuarán en el ciclo festivo segoviano de junio.
Porque entre el Cadillac solitario en el Tibidabo del catalán, la chica que estaba en el sitio inadecuado de los madrileños, el lobo en París o el famoso Simca 1000 en el que era tan difícil hacer el amor como encontrar en esa época con quién hacerlo y los mensajes tontos de los Bisbales o Bustamantes que pueblan las ondas no hay color. Nostálgicos, dirán, de tiempos en los que éramos más jóvenes; pues sí ¿y qué pasa? ¿qué no puede uno seguir unido a la banda sonora de su vida? Pues claro y que pasen cien años y veremos cómo ha quedado el Simca 1000, que seguro que ha resistido mejor, a pesar del trajín, que un coche de esos tristes y todos iguales de ahora.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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