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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Los pactos del jamón

Todo eran risas hasta que nos dimos cuenta que el tartamudo quería jamón. Y del bueno, del entreverado que suelta una grasilla que malo ha de ser para que no provoque algo más que satisfacción. Risas, muchas risas, para celebrar victorias pírricas en la cita electoral y jamón, mucho jamón, para contentar a quienes tienen en su mano los pactos y convertir esos triunfos exiguos en paz durante cuatro años.
Pues así, como los del chiste, y por los caprichos de las urnas se ven en Segovia, en medio centenar de sus pueblos, en cientos de municipios de todo el país y en varias comunidades autónomas. Son cosas que pasan cuando a la gente le da por cambiar las tradiciones, en este caso los partidos de siempre por otros noveles. Escribía un indignado cronista taurino hace unos días a propósito de una corrida en Las Ventas que «esto no es Madrid. Es un coso de pueblo, orejero y bullanguero». Lo decía porque había variado la habitual rigidez del respetable en la plaza de toros de la calle de Alcalá y eso le había molestado sobremanera. Ya no era su Madrid, capital mundial de la seriedad en la tauromaquia, sino un pueblucho en el que se pedían orejas para cualquier pegapases y, además, con bullicio peñero de fiestas patronales. Un sinvivir para el purista, claro.
Creo que el tipo exageraba si lo comparamos con la política en la que sí ha habido –y aún puede haber más en noviembre– una ruptura con las benditas tradiciones de misa de doce o lo que cada uno haga un domingo electoral y luego a votar a los de siempre. En los toros, a pesar del cabreo del crítico, el público de Madrid estoy convencido que continuará igual, gobierne quien gobierne, que para chulapos en el foro y para orejas curradas, en esa plaza.
A pesar del sopapo a las costumbres políticas, hay una que nunca se pierde: la que tienen los partidos de analizar cada mesa y cada voto, sobre todo en los municipios pequeños. Incluso, conozco a quien lo hace sin que se dedique al oficio, lo cual es algo extraño, pero sucede. Tratan así, faltaría más, de ver por donde les ha venido el guantazo, ese al que todos responden con un ya lo decía yo que iba a pasar esto.
Del análisis en Segovia se desprenden datos curiosos, como que el PP ha perdido 4.444 votos respecto a las anteriores elecciones. Era el pin de mi teléfono, cuatro cuatros,  pero hace tiempo que lo he modificado sobre todo cuando supe que el cuatro es un número de mala suerte para los chinos y los japoneses. Toda precaución es poca y toda reflexión es necesaria para analizar porque el PSOE se ha dejado en el camino 1.505 sufragios o la razón de la tenue irrupción de Ciudadanos o la sorprendente de UPyD.
Aunque, sin duda, lo que invita a pensar es que una vez más la llave se la haya quedado IU, con menos votos que nunca, 1.380, que por no llegar ni alcanzan la mítica barrera de los 1.500. De nuevo, en la ciudad nunca se pudo decidir tanto con tan poco y entre tan pocos. Porque, bromas aparte, no son risas lo que se oyen en esta aurora de Segovia, sino gemidos de angustia ante la posibilidad de que se repita el eterno caminar pausado.
El mandato de los ciudadanos parece pedir que abandonemos este estancamiento permanente, que dejemos de ser una plaza de pueblo y orejera y todos toquemos a jamón y no solo esos pocos con sus pactos y sus pocos y valiosos votos.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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