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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Los barberos mecanizados

Voy a cortarme el pelo a casa de Félix, un tipo al que en Segovia conoce todo el mundo. Más de sesenta años lleva en la profesión, confiesa, muchos en el Casino de la Unión, en la Calle Real, y ni se sabe en su peluquería, un poco más abajo, al empezar la subida de la arteria peatonal. Calle Real arriba, Calle Real abajo, ha sido su trayectoria laboral, como para muchos segovianos su recorrido vital de cada día.
Félix aguanta las embestidas de los cambios de tiempo que le ha tocado vivir tantas veces en su negocio. De la barbería a la peluquería unisex por su retina han desfilado decenas de establecimientos. Y todos, tarde o temprano, han claudicado con sus modernidades, sus innovaciones y sus majaderías. Mientras, él continua, tijera en mano y con una conversación variada y, la mayoría de las ocasiones, entrañable, pero sin sermones, no crean que es de aquellos que intenta redimir a sus clientes. Félix es más de diálogo, de intercambio de opiniones, que su libro ya lo ha contado y vendido muchas veces y no le hace falta reeditarlo.
Y aunque siempre utiliza un tono de humildad, en la última conversación se reivindicó. Han sido años de aguantar a advenedizos, tipos que al hacer un cursillo se creían ya con el derecho a cortarte el pelo, con el soniquete al fondo de sus tontos monólogos. «Ya no hay barberos, Jaime», me soltó a bocajarro como quien pide disculpas por un hecho que no ha cometido. Espero a que ahonde en su reflexión y le observo a través del espejo. «Ahora rapan con máquina y no cortan con tijera; están mecanizados», explica. «Y eso lo hace cualquiera», concluye con contundencia.
La profesión está tocada y esto hace navegar a Félix entre la melancolía y el enfado. Con una máquina de esas endemoniadas que tan poco le gustan, cualquiera es peluquero; o intenta serlo. «Hay mujeres que se empeñan en rapar a sus maridos, que tienen buen pelo, y les dejan hechos un desastre», cuenta entre movimientos de cabeza mientras sigue con su labor en mi castigada cabeza que mantiene el pelo muy justito para que parezca que no soy un calvo con todas las letras, aunque sospecho que en este camino de quedarse como un helipuerto no hay marcha atrás.
Mientras eso llega, continuaré con las visitas a Félix, quien visto mi escaso conocimiento sobre el asunto de su oficio derivó la charla de la falta de profesionalidad y rigor hacia la política. Y ahí Félix, como en lo suyo, acumula experiencia. Fue concejal en la ciudad con UCD en el invento de la Transición, ahora, como los cortes a tijera, en entredicho por esos tiempos nuevos –la frase boba del momento, como insisto aquí un domingo sí y otro, también– de políticos mecanizados.
Su bagaje le da autoridad para quejarse de ellos y decir que ahora «todo el mundo hace lo que le da la gana». A Félix, como a otros, no le duelen las ideas que tengan, no, sino su carencia de respeto a las normas. Retirar bustos y cuadros de reyes y otras posturitas le repatea, pero por memez. «Si no quieren respetar los protocolos, que no se presenten», alega con más razón que el santo de los peluqueros.
Pero claro, Félix, cuéntales a estos que renuncien al chollo cuando acaban de llegar. Que ya están automatizados para afeitarnos cuando les toque como barberos mecanizados que desprecian la tijera.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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