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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

En el límite del riesgo

La sala se oscurece y de la penumbra surgen. El centenar, no más, de espectadores jalea la salida, sin histerias, porque ellos no son famosos, ni nosotros muchos y además todos con una edad a considerar. Son los tipos de La Frontera la noche de hace dos sábados en el segoviano Beat Club, ese bar que en su día se llamó La Escuela, supongo que al ser lugar en el que se aprendía algo, lo que fuera. Casi dos horas después allí seguimos los mismos mientras la banda entona el adiós.
El concierto forma parte de una gira con el nombre ‘30 años en El Límite’, en honor, como pueden deducir quienes conozcan el grupo, a su canción emblemática. El límite sí, esa frontera entre el bien y el mal, algo que aunque les parezca mentira algunos no distinguen. Es el lindero que a veces no apreciamos y saltamos. O el confín al que llegamos cuando nos ponemos el mundo por montera.
En Segovia la banda supongo que cumplió el protocolo y como en todas las paradas de su gira trató de elegir el local adecuado. Aquí tuvo pocas opciones para escoger. Era un sí o sí, o un no o no. Era ponerse en manos de unos empresarios que están en el límite, pero del riesgo. Son auténticos chiflados de lo suyo porque díganme quien organiza algo a sabiendas de que el retorno económico no alcanzará casi ni para pagar la luz. Seguro que a veces piensan que porque no optaron en su día por buscarse un empleo y poseer ese bien tan preciado y cada día más escaso de la seguridad laboral.
Porque ser emprendedor es complicado y, en Segovia, una ciudad que respira empleo público por todos sus poros, aún más. Aquí hay poco o nulo gusto por lo que se llama ahora emprendimiento y que no es otra cosa que abrir un negocio. Ser un sufrido autónomo está muy apartado de la genética segoviana. Y cada vez más. Ahora poner en marcha un local de hostelería –el camino más clásico entre los trabajadores por cuenta propia del lugar–  está cada día más alejado del alcance de los nativos, que ven como las franquicias de multinacionales acaparan los mejores sitios y, lo que es más sangrante, la clientela
Y es porque todos, sin excepción, nos hemos echado en brazos de estos monstruos. La Segovia del chato y el pincho, la que iba a resistir a estos colonizadores de la hamburguesa, los helados y demás productos gourmet, se ha rendido. Hemos sido los últimos en caer, sí, pero al final hemos claudicado. Y es fácil ver desde la abuela al crío más imberbe como se manejan en este mundo de la hostelería del nuevo siglo, de autoservicio y bajo coste.
La invasión se puso en marcha hace poco y sin prisa pero sin pausa ha avanzado hasta adentrarse en el corazón de la ciudad. Junto al Acueducto nacen y crecen y, en la Calle Real, también. Y en Fernández Ladreda. Solo parece resistirse la Plaza, aún con camareros de pajarita negra y camisa blanca. Pero allí seguro que llegarán para quedarse con los cada vez menos parroquianos que frecuentan sus clásicas barras.
Al límite del riesgo, como juegan los locos de la música de la sala Beat, es como parecen abocados a participar en esta partida los emprendedores hosteleros segovianos. De lo contrario, la comida rápida engullirá a la tradicional. Y terminaremos comiendo hamburguesas de cochinillo en una cocina fusión digna de estudio en los foros más modernos de gastronomía.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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