Segovia ha mantenido en los últimos años una etiqueta de ciudad cultural. Lejos de ser una referencia en industria, la materia prima que transforma son las ideas para alcanzar una producción artística. Ha sido un ‘a falta de otra cosa, te quiero por esposa’, que resumiría el castizo. Una dedicación esta de la cultura a la que hemos contribuido de manera decisiva todos y cada uno de los que habitamos esta ciudad que tanto invita a vivir las artes. Además de esta vena artística generalizada, ya sea por descarte o no, también hemos creado una ciudad sin estridencias, en la que protestar es algo casi marginal y en la que el silencio se apodera de casi todo.
Así, somos tranquilos amantes de la cultura. Y para muestra, un botón: el traslado de la biblioteca pública desde la vieja cárcel del abigarrado casco histórico a un barrio nuevo, diáfano y aún por hacer. En esto, con los datos en la mano, la ciudad y la provincia han acreditado que la lectura y, por tanto, la cultura no es patrimonio de unos pocos, intelectuales de salón. Para que me entiendan: culturetas. No, eso no es suyo. Las cifras en la biblioteca lo demuestran: 47.774 usuarios inscritos y 181.571 visitas el año pasado.
No creo que tanta gente sean ‘listos’ de la cultura, espabilados vendedores de humo, porque el ambiente sería irrespirable. ¿Se imaginan que casi toda la población de la ciudad –les recuerdo que rondamos los 54.000 censados– fueran insoportables cursis pseudoculturales? Los famados culturetas, vaya. La migración a otras latitudes sería enorme, hasta convertirse en un problema humanitario.
Por suerte, no es así. Se trata de miles de segovianitos y segovianitas, como usted y como yo, entregados a la lectura, sin más pretensión que disfrutar de lo que nos distingue del resto de los animales. Si no sabes, si careces de conocimientos, te pierdes muchas cosas; y lo contrario: cuanto más conocimientos tengas más disfrutarás de las cosas. Es algo que repito a mis hijas, aunque ellas consideren que es el típico sermón paternal que lo único que persigue es que estudien, saquen buenas notas y algún día sorteen la fila del paro. Pues sí, también, aunque lo pienso de verdad y creo que vivir en la ignorancia es más cómodo pero menos feliz.
Segovia lee pues y lo hace a raudales con una biblioteca tan coqueta y tan utilizada que se ha quedado pequeña. Y otra nueva, imponente, alejada, de acuerdo, pero colosal y adecuada para poder batir las cifras que tanto me han impresionado y reconfortado. Y bibliobuses. Y libreros que reciben un sello de calidad y que lo proclamo a los cuatro vientos son: Antares, Diagonal, Ícaro y Punto y Línea. Y más libreros valientes como los hermanos de Intempestivos o mi amigo el gran César, osado y librero de viejo en su recién abierto Torreón de Rueda en la calle de La Potenda, que un día estuvo colmada de imprentas.
Segovia lee y, ya les decía que como en todo lo que hace, en silencio. Y no protesta, aunque desde julio no haya servicio de biblioteca por el operativo del traslado. Ni una queja. Callados, que lo de leer en voz alta además de molesto es más propio de otros, de quienes se vanaglorian; dime de qué presumes y te diré de qué careces. Y en Segovia, con esos datos, creo que sí tenemos derecho a alzar un poquito la voz y decir: aceleren la mudanza, que los libros va a amarillear.