Conozco un mexicano al que ya hace muchos años escuché en su país menospreciar a Estados Unidos, lugar al que sus compatriotas pasaban y pasan de forma ilegal para buscar una vida mejor o menos mala. Aseguraba que eso no era un paraíso, que este estaba en su México lindo y querido y que no entendía a quienes lo cambiaban por la hosca tierra vecina del norte. A todo esto lo que obviaba era el verdadero motivo de esa fuga masiva: la miseria. Que es indiferente lo bello del paisaje o lo buenas que estén las tortillas o las traicioneras enchiladas, que lo importante es tener gafas para poder contemplarlo o pesos para comprarlas.
Me he acordado de su comentario tan arbitrario –seguro que porque no tenía ni tiene problema económico, de lo cual me alegro– ya que esta semana hemos tratado entre todos de vender nuestra Segovia como un paraíso. En un acto en Madrid, en la casa de los empresarios, con segovianos de todos los colores, orígenes y oficios, con administraciones, empresarios y añadidos, se cantaron nuestras excelencias y se olvidaron del Segovia me agobia, soniquete recurrente para quienes el sitio se les queda pequeño. Nuestras bondades expuestas a los cuatro vientos para llegar a los siete millones de almas que viven al otro lado de la sierra segoviana y más que segoviana y que acumulan el 30% de lo que generamos los españolitos, el insodable PIB.
Ellos son muchos, sí, y allí fuimos en representación de los pocos miles que aquí seguimos. Les contamos que hay calidad de vida –en esto coincidieron todos e, incluso, la alcaldesa de la ciudad dijo que en eso éramos primera potencia mundial–, que nuestras puertas están tan abiertas como los arcos del Acueducto y que en la ciudad podían encontrar un ambiente ‘business friendly’ (sic) en el que poner sus dineros a producir. Y que asentado el turismo y la gastronomía, el Alcázar y el cochinillo, las prestaciones sociales y la vida cultural, han de colocar una pica en este nuevo Flandes de los negocios donde palparemos la prosperidad con estos deditos que han de comerse los gusanos.
El asunto fue un poco más allá cuando uno de los embajadores del grupo que asaltamos la capital de todas las Españas aseguró que a Segovia se va a trabajar, que aquí hay discreción y tranquilidad, exactamente lo contrario que en Madrid donde la gente se dispersa. Que nuestra ventaja competitiva es que nadie te molesta, además de las buenas comunicaciones y de estar cerca de la gran urbe, pero lo suficientemente lejos como para que podamos gozar del bendito silencio y de la madre naturaleza. Y para comprobar esa calidad de vida es necesario acercarse desde las emociones, lo que es venir, permanecer y empaparse de lo segoviano y no quedarse en la superficie de una jornada de visita. Un mundo feliz donde el dinero se reproducirá de forma exponencial.
Paraíso Segovia que he de decirles en el que yo creo, a pesar del tono irónico que puedan notar, porque nada mejor para ser un buen vendedor que pensar que tu producto es el mejor. Así lo consideramos muchos, seguro que todos los del viaje y leve asalto a Madrid, pero también con la prudencia de no exagerar las excelencias de este edén no vaya a ser que ya no nos dejen caminar desnudos, se coman las manzanas y convirtamos paraíso Segovia en un verdadero agobio.