No se me puede olvidar, que dice la habanera que habla de Cádiz y que ahora me emociona más que nunca por razones de paternidad. Y no se me olvida, no, entre otras muchas cosas, una que guardo en mi memoria histórica, esa que selecciono yo, sin injerencias. Fue el 23-F, el del ‘tejerazo’, en el que además de los lugares comunes conservo un recuerdo curioso: el de la voz de José María García, el entonces rey del periodismo deportivo, retransmitiendo el suceso desde el exterior del Congreso de los Diputados. Con su voz característica, de natural gritona, narraba, por ejemplo, en tono futbolero cómo avanzaba una columna de la Policía Militar por la Carrera de San Jerónimo.
Aquello me pareció divertido para lo plomazo que consideraba los asuntos políticos y pensé que García podía pasarse a ese tipo de periodismo y así inocular la política en vena a muchos de sus seguidores para convertirla en un espectáculo. Pero no fue de esa manera y simplemente se trató de una situación excepcional como todo esa tarde-noche de hace siete lustros.
Han pasado los años y con el periodista jubilado su acción pionera tiene una continuidad desde hace unos meses, cuando el Parlamento se llenó, por dos veces, de gentes nuevas a quienes les gusta la política de variedades y, sobre todo, el histrionismo. Practican con entusiasmo el número circense, que preparan con mimo para representarlo en cuanto ven una cámara de televisión. El espectáculo está instalado en sede parlamentaria, como se aprestan a decir con una extraordinaria cursilería. Lo hemos visto otra vez en estas jornadas que han desembocado, por fin, en el desbloqueo de la gobernabilidad del país y hoy ya tenemos presidente y Ejecutivo.
Treinta y cinco años les decía que han transcurrido desde ese primigenio intento de animar la política hasta convertirla en algo más vistoso y menos farragoso. Y ha tenido que pasar todo ese tiempo para volver a ver que el guion de la función es posible hacerlo más flexible y atractivo y que el show no puede detenerse, caiga quien caiga.
Ahí de verdad han ganado los nuevos, con especial mención a Podemos y sus numeritos y a varias minorías que representan a ellos mismos y a otros cuatro. Pues bien, ya les digo que han triunfado en esto de vociferar más que nadie, pero solo en eso y no en las urnas, algo que parece se les olvida con soprendente facilidad. Su desmemoria es tan evidente, como el desprecio hacia lo que han dictaminado las papeletas, a lo que hemos decidido usted y yo y ellos, también.
Y la nueva política espectáculo, que seguro continuará en esta legislatura que ahora comienza, nos lega perlas y frases como las que dejaba García, más famoso por sus latiguillos que por los contenidos de sus informaciones. Del Pablo, Pablito, Pablete al saludos cordiales del periodista hemos pasado al no es no, a la cal viva y otras muletillas que nos saturan hasta el aburrimiento. Y estoy convencido que a alguno se le ocurrirá espetarle a quienes se arrogan el favor de la gente, aunque no hayan ganado, un perder es perder. Porque no sé qué parte de esa frase no entienden los derrotados. Que se dejen de tanto espectáculo y convenzan a los españolitos que somos tozudos y no les entendemos. Que lo hagan, pero sobre todo que el show no pare.