Es un recurso periodístico más viejo que la orilla del río. Las televisiones lo utilizan de forma machacona para resaltar que salen a la calle y que no todo son ruedas de prensa y labor de rata de redacción. Son las encuestas ciudadanas, esas en las que colocan un micrófono en la boca de un paisano o paisana y le preguntan por un asunto trivial pero del que todos hablamos. Las cuestiones meteorológicas son las más socorridas y en las que lucen respuestas como «¿hace calor?, pues es lo que toca ahora en verano» o «para este frío lo mejor es abrigarse o huy, huy, huy, no salir de casa».
Grandes documentos periodísticos que nos acompañan en los informativos casi todos los días. Sin embargo entre tanta obviedad, a veces encuentras cosas algo extraordinarias, contestaciones que redimen a los esforzados reporteros que abordan alcachofa en mano a los viandantes. Ocurrió hace unos días a propósito de una noticia en la que contaban que el poderoso whatsapp iba a cortar la aplicación a usuarios con un aparato de telefóno anticuado, tipo blackberry o no sé qué modelo de Sony. El argumento ofrecido era difuso, claro, pero el real, evidente: que no sean tan cutres se rasquen el bolsillo y se compren otro móvil de última o de penúltima generación.
El sondeo en la calle arrojó respuestas de libro, políticamente correctas, no vaya a ser que se enfade el gigante tecnológico o que el entrevistador ponga cara de grifo. Pero hubo uno, veinteañero, con gafitas y cara regordeta, el que dio una explicación coherente: «tendré que cambiar de móvil, porque sin whatsapp a ver cómo quedo con los amigos en el bar». Podía habérsele ocurrido otra cosa, del tipo de no puedo estar desconectado por si me llaman del trabajo, mi novia o mi primo que trabaja en un restaurante en Londres y, oiga, necesita oir hablar castellano entre plato y plato que friega. Pues no, con un par.
Eso es un español de orden, decente, término que utilizaba mi abuela y del que ahora se ha apropiado la ‘cursizquierda’ que soportamos. Eso es un parroquiano de los que acodan barra, a pesar de su edad, y que ha seguido el ejemplo de sus mayores. Merecería ir a cualquier bar de Segovia, que cada uno tiene el suyo y donde hay mucho entre lo que escoger. Como en Cándido, muy cerca de esta casa, en la que tarde sí y tarde también encuentras a Fernando, Don Pedro o Polo, todos guiados como anfitrión por Nacho.
A todos ellos se han unido últimamente Panchita y Currito, dos gurriatos así bautizados y que franquean la puerta y picotean lo que pueden del suelo. Se integran tanto que ya son de la familia de parroquianos que toman el viejo mesón a eso de media tarde. Todo sin whastapp, que el día que lo tengan–que igual lo establecen en sus derechos como pobres criaturas que son– invaden el lugar y hasta piden pincho con la bebida. Y yo estaré reconfortado al oir que la aplicación que controla nuestras vidas, también servirá para que los gorriones vengan a vernos al bar y todos disfrutemos en un mundo feliz. Solo una pega: en Cándido no hay televisión y no podremos gozar con las maravillosas encuestas ciudadanas. No se puede tener todo en la vida.