En este tiempo en el que encadenamos acontecimientos históricos como el fumador compulsivo cigarrillos, supone una alegría haber vivido lo que para la humilde intrahistoria de esta capital de provincias es un hito, la reunión de los tres establecimientos más reconocibles de la hostelería segoviana: Cándido, Duque y José María. Inédito y aún con más valor si al encuentro logramos que se sumaran los políticos locales también más visibles: la alcaldesa de la ciudad y el presidente de la Diputación Provincial.
Testigo del hecho y partícipe de la conversación que mantuvieron durante casi dos horas sobre el sector que con más fuerza tira de esta tierra tanto tiempo olvidada, sorteamos a los agoreros y conseguimos que pasaran un buen rato cinco personas –personajes, si les cuadra más– que se conocen pero que creo nunca habían tenido oportunidad de acercarse tanto. Y si sus negocios, unos, y negociados, otros, no fueran tan intensos y no necesitaran de su atención, seguro que la charla se hubiera alargado hasta alcanzar otros asuntos menos pegados a la gastronomía, que era el objeto del encuentro.
Anécdotas se pueden imaginar que no faltaron. Primero en la sesión de fotos en el Acueducto y, luego, en la visita a un local que no fuera alguno de los suyos, en territorio neutral para que en la previsible batalla dialéctica nadie partiera con ventaja. Los políticos también jugaban en terreno sin adscripción, aunque a estas alturas del partido y vista su dilatada trayectoria poco les importa.
-«Se os ha puesto cara de chinos», bromeamos cuando todos posaban con los ojos semicerrados por el fuerte sol de mediodía que atravesaba los arcos del monumento romano.
-«No me extraña ¡tanto tratar con ellos!» respondían divertidos.
Las bromas dieron pie a hablar de lo que realmente importa, del momento dulce que vive la hostelería y el turismo en la ciudad y en la provincia. Y también para conversar sobre el cochinillo, la estrella en los tres restaurantes e identidad gastronómica de Segovia. De esto algo saben quienes regentan unos establecimientos que suman casi dos siglos abiertos al público con la bandera del lechón. Aún así y no conformes con dejarse llevar por la ola de éxito, los tres hablaron de innovación y de cómo darle la vuelta a un producto que, lejos de agotarse, parece no tener ni pausa ni límite ni ganas de ponérselo, como si quisieran tomarse el término restaurador en la acepción de renovador. Y porque torres más altas han caído, que diría el pesimista.
Segovia tiene, como les decía, esa personalidad gastronómica que le otorga el cochinillo, una ventaja competitiva de la que otros carecen. Dices que eres de Segovia y ya antes que el patrimonio, tu interlocutor nombra el cochinillo. Luego ya se acuerdan del Acueducto o del Alcázar pero, a fuerza de ser sincero, ya está más instalado en la memoria colectiva el sabor del lechón que las piedras que heredamos.
Marisa, Cándido y José María no aflojan y el PIB y el empleo segoviano se lo agradecen. Como Clara y Paco desde sus responsabilidades. Y, por supuesto, el equipo del periódico que tuvimos el gusto, nunca mejor dicho, de asistir a una charla sabrosa. E histórica, no lo olviden.