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Confieso que llevo casi ocho meses con una obsesión: qué les voy a decir a ustedes para explicar mi ausencia. Y como quien va a una entrevista de trabajo o vuelve tarde a casa con la lengua de trapo pienso lo que voy a contar y descarto la franqueza, que quizá no convenga. Engordo mi currículum o echo la culpa al maldito cuñado y todo solucionado.
Pero sé que con ustedes eso no sirve y que en la reducida Segovia nadie va a tragarse que me tomé un tiempo sabático por decisión propia. No, no fue así: he sido obligado por el soberbio corazón que posee la prerrogativa de decidir hasta cuando quiere llegar y, sobre todo, de qué manera. Y he pensado en las palabras exactas para no aburrirles con pamplinas y solo se me ocurre declararles con toda solemnidad que es mi firme determinación abrazar el revisionismo. Que me hecho revisionista, para entendernos, y que a partir de ahora intentaré cambiar el pasado, que con el futuro me rilan las piernas. Me he concedido un permiso para revisar, de esos que se expiden por barras de bar y, fundamentalmente, en tertulias de radio y televisión.
Mi primera decisión con este carnet del que estoy tan ufano es averiguar a quién narices se le ocurrió colocarme un corazón delicado para acto seguido acordarme de sus muertos. Luego revisaré mis arterias y me pediré las de Nadal o Pacquiaio, ese boxeador filipino pequeño pero matón y puro nervio. A continuación relataré a todos que he revisado el comportamiento durante estos años de mi corazón y no es verdad que tenga problemas coronarios complejos, no, por favor, sino que hay mucha maledicencia y ganas de fastidiar. De esta manera tan rápida y simple habré cambiado mi historia a mi gusto.
Y como tengo esa licencia para revisar, voy a por otro asunto con el que se me hace la boca agua: el fútbol. Aquí sí que voy a emplearme a fondo para revisar todo lo revisable, que para ese tengo un permiso que es patente de corso. Qué tiemble el Real Madrid, porque le reviso esa combinación de copas de Europa y ligas de campeones que mezclan a su conveniencia y le dejo desnudo. Reviso y reviso y entre fueras de juego, penaltis por decreto y demás se lo doy a los pobres, entre ellos mi Pucela y mi Segoviana, que desde ya son reyes europeos.
El tercer asunto al que hincaría el diente es el que seguro que usted espera y que es el más serio de todos, aunque mi corazón y el fútbol no son para desdeñar. Hablo, como imaginan, de lo que unos quieren revisar hasta el año en el que se produjo: nuestra guerra civil. Y digo nuestra porque esa sí que es de todos los españolitos, a quienes nos llenan aún más la pesada mochila, que de por sí supone, con versiones disparatadas. Nada les sale bien y para ejemplo la exhumación que pretenden de Franco: van a cambiarlo de la periferia del Valle de los Caídos al centro de Madrid. Enorme y ridícula jugada.
Porque por mucho que me empeñe en que a mi corazón nada le ha pasado, que el Madrid nunca ganó en Europa y que la guerra de nuestros abuelos fue una contienda maniquea de buenos y malos, en la que ahora debemos hacer que en los libros de Historia ganen los que creemos mejores, no hay marcha atrás. Y ni mi corazón volverá a ser el mismo, para mi disgusto, ni al Madrid le van a quitar las copas por mucha revisión, ni la guerra la perderá quienes ganaron. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, canta Serrat, por mucho permiso para revisar que uno se autoconceda.