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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Clásicos que caen

 

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Hace ya unos años, a principios de este siglo –como suena esto de lejano– varios institutos segovianos acogieron una actividad denominada ‘¿Por qué leer a los clásicos’. El asunto consistía en que un prestigioso escritor explicaba a los alumnos una obra clásica de la literatura universal y así se lograba un dos por uno: que los chavales escucharan a un autor y que descubrieran que hay vida más allá de las maquinitas que en ese tiempo utilizaran y que reside en los libros.
Ante tal hallazgo a los estudiantes se les cayó la falsa sensación, que seguro tenían, de que somos mejores que en el pasado, que aquellos que nos precedieron eran menos que nosotros porque la tecnología era inferior. Descubrieron que lo clásico puede enseñarte a que la historia no se repita y no reiteremos los errores. Además estoy convencido que se entretuvieron, porque leer lo que dicen esos tipos antiguos suele ser divertido.
Y les cuento todo esto, porque asistimos en la Segovia siempre clásica y moderna en raras ocasiones, a una evolución de uno de sus pilares económico y social sagrados: la hostelería;un cambio que aparta a los clásicos para dejar paso a la vanguardia en la cosa esta tan sobrevalorada de la gastronomía. Porque imagino que habrán notado que de un tiempo a hoy cierran locales de toda la vida con la misma facilidad que abren franquicias, gastrobares y calamidades similares. Por cada veterano que cae, llega el nuevo hombre que no bebe de fuentes clásicas o si lo hace, se atraganta.
Son los tiempos de vientos huracanados que se han llevado por arriba, en la zona de la Plaza Mayor, al bar Correos, el de la oreja y el botellero hasta el techo y a Las Cuevas de San Esteban, una catacumba de raciones. Y por abajo, junto al Acueducto, a Los Faroles, con la tortilla de Victoriano, aunque en este caso reabierto por Julián con el nombre de El Cochifrito, especializado en este producto tan segoviano para deasasne gastronómico del turista. Un poco más allá ha caído el Siboney y, para mi desconsuelo y si un milagro no lo remedia, lo hará el Maype, con la jubilación de mis queridos y enormes amigos Justo y Angelines.
La melancolía se adueñara de nosotros al recordar a cada uno de estos bares, las mañanas, tardes y noches con sus psicólogos dentro de la barra. Los de fuera, los clientes que siempre tenemos la razón por derecho y no porque en realidad sea así, nos acodaremos en otros lugares y haremos nuestras chanzas a jóvenes con uniformes chillones y pinganillos, mientras tratamos de descifrar qué narices venden y dónde está la tortilla de patata y los productos del cerdo.
Les contaremos que, bueno majo, hubo un tiempo en el que a la que ibas tomabas un chato, así, normal, sin estridencias; y a la que volvías, pues tomabas otro chato, así, tan normal, con su pincho, sin aspavientos. Que ahora tanta monería nos confunde y que en lugar de Segovia, esto parece Benidorm o Mallorca y no por el cambio climático, sino porque solo falta que me hables en inglés, chaval. ¡Y qué me pongas un pincho, majo¡
Ya más acostumbrados y familiarizados con la evolución hostelera que se avecina, osaremos decirles, con tacto y con lenguaje al uso, a los neotaberneros de este siglo que analicen a los clásicos, que les pregunten la razón por la que aguantaron tantos años. Alguno habrá que se comprometa a hacerlo, al tiempo que diga:
-¿Puedo preguntárselo por las redes sociales?
-Sí claro, que algún día también ellas serán un clásico.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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