Tenemos que hablar es una frase siempre inquietante y cuando se repite en coincidencia con desavenencias, aterroriza aún más. Aunque al final todo depende de quien proceda: si es de un jefe, de una autoridad o de una pareja échese a temblar que pueden desatarse varias de las diez plagas de Egipto, ya saben, ranas, langostas, moscas o piojos, entre otros animalitos.
Pues un tenemos que hablar es lo que se dicen desde hace años Ayuntamiento y hosteleros, sin que la cita llegue a buen término. Han hablado sí, entre equipos de gobierno municipal y directivas de la hostelería diferentes a las actuales, pero nunca con un éxito que perdure en el tiempo. Y eso que esta ciudad turística reclama a gritos que se entiendan entre quienes llevan nuestras cosas y los que son un evidente motor económico.
La pareja nunca se ha llevado bien y por esa razón demora el tenemos que hablar. Pero ahora un hecho singular e inesperado puede provocar que años de desencuentros se tornen en un acercamiento y, quien sabe, si con buen final. El motivo tan esperanzador son las rayas que han pintado en las terrazas de bares y restaurantes para delimitar su uso. Han dibujado algo así como un área técnica de los campos de fútbol, de las que no puede sobrepasar el entrenador, y que aquí está para que ni usted ni yo cojamos las sillas y las mesas y las movamos para pasarnos de la raya. Solo falta pintar un cuadrado anexo para instalar la zona de VAR, por si el camarero se equivoca.
Las rayas –tan poco discretas, como reconoce la alcaldesa– en lugar de separar parece que van a unir; o, al menos, van a servir para el inicio de un diálogo. Aunque no sé si será para una declaración de amor mutuo o para mantener a los hosteleros a raya, que tenemos que hablar pero ya veremos de qué.