Con la curiosidad que otorga estrenar una ciudad, llegué a vivir a Segovia hace 19 años y para integrarme cuanto antes traté de demostrar mis conocimientos más allá de las guías turísticas. Hablar de las tres joyas –Acueducto, Alcázar y Catedral, por este orden mediático– carecía de hondura y por eso decidí contar a los segovianos que me acogieron en los primeros instantes de este periplo que esta era tierra poblada por una legión de famosos, a los que cualquiera desearía conocer.
En esta teoría puse al Mester y a Perico Delgado a la cabeza de una lista de la que aseguraba era interminable. Preguntado por alguno más, cambiaba de conversación y a otra cosa. Así me lo recuerda uno de mis hermanos que aún espera esa nómina de gente mundialmente conocida y que habita en esta tierra, entre nosotros.
El paso del tiempo me hizo descubrir a más y, sobre todo, a gentes que son anónimas fuera de nuestros límites provinciales pero que bien merecen una distinción. Es el caso de Jesús Mazariegos, crítico de arte en este diario e incansable luchador contra el parkinson, enfermedad que nos privó de su presencia el año pasado. Tendrá ese reconocimiento al recibir su nombre el centro de servicios sociales de La Albuera. Así permanecerá con todos como lo hace conmigo la dedicatoria que escribió en el ejemplar de su libro sobre el pintor Rafael Baixeras, en la que me tildó de «espejo de periodistas, azote de políticos y tolerante amigo de críticos». Exageraba es evidente, por cariño, pero me ayudó y aún me ayuda a vivir en esta tierra sin la obligación de ser famoso.