Es un gusto vivir en una ciudad donde en la estadística sobre la tipología de infracciones penales no figuran homicidios, secuestros y agresiones sexuales; ni tan siquiera el cajón de sastre que es el delito de odio, que miren que es complicado no pecar ahí. Un gusto que seamos más de hurtos, que suponen casi un tercio de las fechorías de los malhechores locales y que también los cometen quienes vienen a hacer unos bolos delictivos a la masificada Segovia turística.
Las cifras son así para ratificar ese clásico de que Segovia es una ciudad segura. Y lo es en sus calles y plazas, pero si se observan los datos falla donde lo hacen todas: en Internet. Ahí los piratas, que ya no utilizan pata de palo sino teclados de ordenador, nos tienen cogidos. Este abordaje de los ciberdelincuentes es muchas veces con fraudes en la compraventa de productos o con cargos que nos atizan en nuestras cuentas bancarias, que el comercio electrónico tiene estas cosas.
Porque hecha la ley, hecha la trampa, una máxima tan vieja como la orilla del río. ‘Inventa lege, inventa fraude’, ya decían los romanos mientras se paseaban por Segovia. Trampear está en la naturaleza humana y especialmente en el comercio y trato, donde las nuevas leyes suelen conllevar resquicios por los que colarse.
Por eso precaución al volante de su ordenador o teléfono móvil. No vaya a ser que los ciberdelitos ganen a los hurtos tradicionales y pasemos con exceso de velocidad de los romanos a las trampas modernas.