Discutía una vecina con otra por haber sacudido las migas y otros restos del mantel sobre su ropa tendida. Después del intercambio de argumentos la presunta infractora alegaba que no era para tanto y la otra, harta del debate, lo zanjó con: «Pues tengo un hermano guardia y me (sic) conoce».
Con la frase, que parece extraída de una zarzuela, el asunto amenazaba con traspasar los límites de la comunidad de vecinos para llegar a manos de las autoridades y poner en marcha la maquinaria administrativa con el consiguiente gasto. En esa época, hace ya años, ni las protagonistas ni el resto de los españolitos éramos muy conscientes de que estos servicios salen de nuestros bolsillos, que somos carne de impuestos, exactamente todos.
La disputa no llegó a mayores, ni abandonó el lugar de autos, algo que no ocurre ahora. Daba el dato en la fiesta de la Guardia Civil, el jefe de la Comandancia en Segovia: los delitos de coacciones y amenazas son los que más han subido en número hasta duplicarse. La crispación ha provocado que lo que antes eran discusiones, que de ahí no pasaban, hoy sean denuncias. «Se arreglaba de otra manera», me explicaba el teniente coronel Ramírez.
Crispados estamos, sí; y entregados a que terceros nos resuelvan los conflictos, también. Es indiferente que tengas un hermano guardia y, qué alivio, te conozca: si discutes, al guardia que vas. Menos mal que la Guardia Civil, además de honrada que dice su himno, es paciente y nos conoce.