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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Un desahucio monumental

Están los estudiantes de IE Universidad con un trabajo de campo sobre el casco histórico segoviano. Con toda su imaginación y empuje de la edad, amén de la obvia imparcialidad de quien carece de interés económico en el asunto, los alumnos tratan de recabar datos para su posterior análisis. El resultado no tardará en verse, pero mucho me temo que nada ni nadie podrá cambiar la situación de una zona tan bella como herida de muerte.
Sí, la zona vieja languidece y camina hacia la muerte por inanición, hacia una desahucio masivo y monumental por falta de personas que alimenten sus calles, sus plazas, sus ya escasas tiendas y sus edificios. Nadie puede pararlo. El barrio más hermoso expira y sus piedras no tienen vecinos que las contemplen. Solo turistas, ajenos a la tragedia, animan el también llamado recinto amurallado, que de bullicioso ha pasado a vagar en el silencio que anuncia la muerte.
Pueden creer que exagero, que esto no puede morir, que por su belleza tiene ganada la inmortalidad. Ojalá, pero los datos son tan testarudos como la cabeza de un niño al que se le niega un capricho. Hagan un alto en el camino y piensen. Los residentes censados apenas llegan al número de habitantes de un municipio mediano de la provincia y lo que es más gráfico caben en cualquier torre de pisos de un barrio de Madrid. Y el padrón bajando, claro, porque la media de edad se acerca más a la de un geriátrico que a la de una zona cualquiera de la ciudad. Y no se renueva, por el obvio motivo de la escasez y precio de las viviendas, así como por su complicada movilidad. Todo un oscuro panorama que contrasta con la renombrada y singular luz que alumbra el infinitamente retratado casco histórico segoviano.
Decía que lejos de sanar, más bien parece que el enfermo empeora. La agonía que vacía el viejo centro es lenta y, ya casi pasada la diáspora de residentes, –más creo que ya es difícil que se marchen–, ahora la siguiente etapa es el éxodo de quienes lo habitaban como lugar de trabajo. Oficinas, instituciones y organismos oficiales se van para no volver y otros lo harán en breve. Golpe a golpe así minan el casco sin piedad, con ejemplos como el cierre del colegio de las Jesuitinas, que ha dejado la zona sin el alborozo de medio millar de niños y sus correspondientes padres, madres, tías y abuelos. Hace unos años me explicaba la que fue su última directora que aquello tenía mala pinta, que apenas vivían niños en el barrio lo que les condenaba con el paso del tiempo a una muerte segura. Su previsión se ha cumplido y en un paseo por sus calles aledañas, junto a la Catedral, ahora solo encuentras una triste quietud.
Detrás de las monjas y sus chavales anuncian otras deserciones en bloque, como las de los funcionarios de las oficinas del Inss o los trabajadores y usuarios de la biblioteca de la calle Real, en un desahucio colectivo que estremece y deja sumido en la melancolía y el desconcierto el cogollo de la ciudad.
Y con nostalgia yo también ahora miro el mesón de Cándido, al no ver a Barcenilla, con su caña y su palillo. Echaré de menos las tertulias con él a media tarde y Pablo, Nacho, Carlos y las chicas de la barra, seguro que también. Pero tranquilo allí seguiremos, que no creo que el mesonero nos desahucie, que al contrario que la belleza, la amistad sí es inmortal.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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