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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

La mitad del recorrido

Aunque parezca mentira, España es un país de prohibiciones. Más que otros, a los que miramos por encima del hombro porque tenemos una democracia que se acerca a la cuarentena. Pues no, que no podemos presumir de ser tan flexibles cuando es inexacto. Aquí se vive muy bien nos aventuramos a decir y no por el poder adquisitivo, que ya nos hemos dado cuenta que en esto estamos bajo mínimos, sino por el salero que tenemos para hacer lo que nos da la gana. Pues tampoco. Ahora somos, como siempre, un país de pícaros aunque con las alas algo cortadas por tanta regulación que viene de Europa o del sursum corda, pero que está y convive con nosotros.
Desde no fumar en establecimientos públicos, en el trabajo o cerca de colegios y parques infantiles hasta no correr por la vía pública sin causa justificada, las prohibiciones se nos amontonan como los recibos  a principio de cada mes. Hay algunas que van en contra de nuestra esencia, como la de los toros en Cataluña, lugar que se lleva la palma en controlar la vida y milagros de los ciudadanos. Y Barcelona y sus playas –recuperadas hace pocos años en una ciudad que vivía de espaldas al mar– son paradigma del eso no se hace y eso no se dice, que dice su celebrado Serrat; sancionan por vestir sin camiseta, por utilizar sombrillas oxidadas o por usar jabón en las duchas. Dormir en un banco, dar de comer a las palomas o a animales sin dueño o entregar limosna a mendigos son otras joyas de prohibiciones de algunas ciudades que se creen el ombligo de la modernidad.
Pero no estamos solos, no se preocupen, en esta carrera por prohibir. En Francia, no se puede tomar ketchup en las escuelas para proteger los productos patrios o en Bolivia están prohibidos los McDonald’s y en Singapur, mascar chicle. Cosas que pasan y que se agradecen ante tanto asunto que nos perjudica. Deberíamos estar contentos por la protección, que nos hace la vida más razonable y sana y evita tentaciones, con lo que eludimos el peligro.
Manteniéndonos dentro de la ley viviremos cien años, que dice Sabina. Si queremos ser Matusalén, vigilemos nuestro colesterol, hagamos músculos, reduzcamos la velocidad, evitemos el humo de los puros y vacunémonos contra el azar, añade, no sin antes recomendarnos que no vivamos como él si pretendemos ser centenarios.
Pues yo no le he hecho mucho caso y desde hace dos días ya tengo la mitad del recorrido cubierto. Sí, medio siglo he cumplido, una cifra solemne y algo traicionera. Y además el 18 de julio, esa fecha que poco a poco suena a chino a las generaciones que aprietan. Mejor, que a esta edad es preferible que no se acuerden de uno y que desconozcan el motivo de la fama de un día que persiguió la memoria de nuestros ascendientes.
Y entre las prohibiciones puras, duras y numerosas y las recomendaciones del cantante de la voz quebrada, prometo cambiar , aunque no les puedo decir cuando, que debería esterilizar el cerebro y eso es complicado. Si usted está en esa tesitura de haber cumplido la parte más divertida de los cien años, tampoco cuente cuando pretende pasarse al enemigo, cambiar de trinchera y echarse al monte de la vida ordenada. No conceda pistas, que igual se lo prohiben y, lo que es peor, le multan con efectos retroactivos por cincuenta años de transgresor.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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