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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

El gobierno de los tertulianos

El futbolero, individuo de perfil bastante influenciable, con frecuencia elige argumentos genéricos que lo mantienen dentro de la manada. Escoge convenciones sea para la justificación de una derrota o para ensalzar una victoria de su equipo o para hablar de un lío económico o judicial de su club del alma.
Que los amantes del sagrado fútbol razonen al ritmo que marcan los diarios y las tertulias deportivas es algo que seguro no nos preocupa; incluso cuando nos metemos en harina, usted y yo también abrazamos las teorías de los gurús de este negocio y nos adocenamos sin piedad. Entramos en el mundillo del disparate para posicionarnos en favor de tal o cual jugador millonario y, lo que es más grave, dulcificamos los desmanes económicos de un club si es el nuestro. Seguimos el juego pues a tertulianos futboleros  y los elevamos a la categoría de maestros de la palabra y de la razón cuando en otro ámbito probablemente no aprobarían examen alguno.
El asunto no tendría trascendencia si no fuera porque la veneración a estos ídolos de las tertulias se ha trasladado a otros  órdenes en los que nos jugamos más que con el ruidoso tema del fútbol. Porque en la política, como en el balompié, ahora el gobierno es de los tertulianos. Después de una travesía del desierto de muchos años, el debate político vuelve a estar de moda y suscita tantos o más aficionados que los que hablan de goles, penaltis y los dichosos fueras de juego, esa regla que enciende al más calmado.
Cadenas de televisión antes entregadas a películas de acción, concursos o programas indescriptibles han vuelto sus ojos al filón de los tertulianos, esas estrellas que tan pronto saben de puertas de cabina de avión como de derecho procesal, sin que les tiemble la voz. Saben de todo pero no saben de nada, esa eterna máxima que persigue a los periodistas y que se ha mudado a estos tipos y tipas que nos abren los ojos al perverso mundo de la política y de los políticos.
Muchos son los llamados pero pocos los elegidos para formar parte de esa casta –esta sí es una casta– que nos gobierna con mano de hierro desde los sillones de las tertulias. Se cuelan en nuestros hogares y nos dicen quienes son los buenos y quienes los malos; con escasos argumentos y muchas afirmaciones gratuitas y osadas deciden qué ha de hacerse. Parece que la soberanía reside en estas decenas de personas. Ellos huyen de la presunción de inocencia e invierten la carga de la prueba y todo lo que dicen está trufado por el don de la veracidad.
Nos gobiernan sí, aunque parezca mentira. Y lo hacen porque los políticos les temen más que a los electores. Saben que hay que estar en paz con gallineros de esta naturaleza, porque lo contrario, el enfrentamiento, es una condena segura, sin juicio previo. Y además ahora es su momento; están más crecidos que nunca cuando se acercan las citas electorales que jalonan este año. Ahí son implacables y político que se descuida, lo fríen.
Visto lo visto, me quedo con los tertulianos del fútbol. Más disparatados, de acuerdo, pero honrados y con sus principios firmes. Los otros, los de la política, son como Marx –Groucho, digo– que si al espectador u oyente no le gustan sus ideas, pues tiene otras de repuesto. Y así gobierno yo también: cambiando las reglas cuando ya ha empezado el partido, que es lo que suelen hacer.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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