Si preguntan a cualquier chaval o chavala cuál es su fantasía a día de hoy, muchos dirán que cerrar los ojos y estar ya en verano, porque se hace dura esta cuesta de junio, de calor y exámenes. A los jóvenes, en plena ebullición primaveral, les matan estas temperaturas más propias de otras actividades que de hincar los codos. Es el absurdo calendario escolar con un septiembre prácticamente inhábil, en el que se prolongan las vacaciones de una manera incomprensible. Y mientras, con toda la chicharra, a estudiar como posesos en estos días finales de la primavera.
Pero no solo los jóvenes sueñan con saltarse este sufrido mes, sino que también los mayores por una vez deseamos que termine cuanto antes. Yo, al menos, cierro como los chavales los ojos y ya me veo más allá del día 26, el día de la reconvocatoria de elecciones. Imagínenselo: de un plumazo evitaríamos el déjà vu, porque esto, digan lo que quieran, ya lo hemos sobrevivido y además hace tan solo medio año. Por eso cuando vienen los políticos ahora con ese entusiasmo fingido, con esa exaltación de las virtudes de la llamada fiesta de la democracia, casi que prefiero otro tipo de jaranas no tan reiterativas y un poquito menos falsas.
Sin embargo, sospecho que mi deseo no se cumplirá ni con varias lámparas de Aladino y tendré que tragarme las ocurrencias de los eminentes candidatos a padres y madres de la patria, o patrias, que esto cada uno lo lleva como quiere. Y también los chavales deberán pasar por el trance de estudiar y poner a prueba sus conocimientos. Mucho me temo que no hay más remedio que convivir con junio, con la calorina y con los políticos dando la murga.
A pesar de todo, no me altero y espero con sosiego el tiempo de entretenimiento que se acerca, porque ya huele a verano. Lo veo en los ojos de usted y en los míos; en las ganas de tomar la calle, de asaltar los espacios públicos y llenarlos como si los fueran a suprimir. Y lo veo también en la irrupción de las programaciones festivas, en ese runrún que se convierte en realidad sobre quién, cuándo y dónde se producirá la nota de la música.
Eso ya es el olor musical del verano, que ha comenzado a extenderse con el Festival Música Diversa –con la novedad de ‘Los aperitivos de El Norte de Castilla’–, que llena Segovia de acordes en el tránsito entre la primavera y el estío. Luego seguirán las fiestas de la ciudad, con una programación ajustada al cinturón de un presupuesto que no solo vive de música. Y más tarde los pueblos que eligen julio para sus festejos con el objetivo de encaminarnos a agosto, donde la palma musical se la lleva La Granja y sus Noches Mágicas.
Los Reales Sitios, paradigma del verano segoviano y antes del territorio patrio, volverán a acoger a Raphael, del que tengo fundadas sospechas viaja con un clon. Si no, díganme como aguanta un espectáculo de tres horas. Y con él, regresa al patio de la Real Fábrica de Cristales Sara Baras, otra clásica, y se añaden en esta ocasión José Mercé, Pablo López y Estopa. Variado, desde luego, y de altura para que todo el mundo sepa del salero de aquí.
Hasta que todo esto llegue cierren los ojos, que ya viene el olor estival. Y tengan en cuenta que, afortunadamente, los políticos no son para el verano, pese a la excepción de este año.