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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Parámetros cambiados

Confieso, aunque es probable que lo sepan, que entre mis aficiones están el fútbol y la política. Dentro de esto aún me encanta más mezclar sus parámetros y buscar lo que une a ambos asuntos. Y en este juego trato de encontrar algún criterio que explique el por qué lo futbolero y la cosa pública viven muchas veces de forma paralela. Que combinan y se complementan lo hemos comprobado, como escribía hace una semana, el pasado lunes, en el que fueron los reyes de la conversación, tras las elecciones del día anterior y la salida de la selección española de la Eurocopa.
Pero hoy demos la vuelta al tema y juguemos a que el fútbol se rija por las pautas de la política y al contrario. Pongan en marcha la imaginación y podrán sentir como –¡vualá!– quizá se obre el milagro. Veamos: en el fútbol supongan que se votara cada acción del juego y que después de una encendida defensa de los portavoces de todos los grupos se decidiera que el saque de banda lo ejecutara, por ejemplo, un tipo de Ciudadanos, con su blazer, camisa blanca y sin corbata para estar más cómodo. Y luego, tras arduas negociaciones asamblearias en los pasillos que dan al túnel de vestuario, la pelota la recibiría uno de Podemos, que buscaría pasarla a un aliado de sus confluencias, con la única opción de hacerlo hacia la izquierda, dejando el carril derecho completamente desguarnecido.
Ya con el balón en tierra de nadie aparecería como un santo o una virgen uno de los miembros o miembras del consejo de sabios designado por el dedo divino del líder del PSOE. Sin saber hacia qué portería debe ir, el fulano o la mengana se cruzaría en el camino con independentistas y nacionalistas varios, incluso con una señora de Canarias, hasta que, desorientado, perdiera la pelota. Y allí llegaría uno del PP al grito de ¡yo soy español, español, español, español! (bis) y conseguiría acercarse a la zona de gol y fallaría.
A continuación se determinaría que hubiera un descanso, largo y con picnic incluido en el césped. Reanudado el asunto se produciría la misma jugada una y mil veces ante al aburrimiento del respetable que dejaría la grada vacía para castigar con su indiferencia a los torpes contendientes. Solo los asesores resistirían a la desbandada y sus gritos de ánimo de ‘grupis’ serían silenciados por el árbitro que amenazaría con la expulsión. Y al final, cero a cero y la casa sin barrer.
Y ahora vamos al terreno de juego de la política con criterios futboleros. Dios mío me imagino que aquí temblarían Demóstenes –anda como Casillas, diría Sergio Ramos, que también es de Móstoles– o el gran Don Emilio Castelar –¿ese en qué equipo juega? preguntaría un espabilado periodista deportivo– ante tales oradores. Ya estoy oyendo grandes discursos, plagados de retórica, mientras se tiran desde el estrado y en el hemiciclo se reclama penalty y expulsión.
Sería divertido intercambiar los papeles si no fuera porque muchas veces parece que es así. Y la seriedad y el rigor que debe presidir la política, con especial énfasis en la oratoria, algo de lo que se olvida la inmensa mayoría de ellos, se traslada a menudo al fútbol, en el que se dramatiza con una facilidad que ya quisiera la Grecia clásica. Y al revés: la deportividad que debe reinar en el mundo futbolero se muda a veces a la política… Bueno no, eso es echarle mucha imaginación.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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