Cuando expira este verano mayoritariamente de sol y moscas, interrumpido de forma abrupta en sus días finales, uno vuelve la mirada a lo disfrutado y, con evidente pereza, se dirige hacia otro melancólico otoño y su posterior largo invierno. Termina el letargo estival para despertarnos en el hiperactivo septiembre, al que parece siempre dejamos una carga de trabajo inusitada, en la que mezclamos ocio y labor a partes iguales para que el cambio no sea tan traumático.
En Segovia así suena septiembre, pleno de actividad, hasta el extremo de que en su primera quincena hay tantas o más fiestas patronales en la provincia que en la Virgen de agosto. Si a esto añadimos el furor capitalino por la devoción a la Fuencisla o a la literatura del Hay no queda ni un ápice de recuerdo de asueto del verano, por muy ocioso que haya sido; parece una forma de que la temida vuelta al cole de los adultos sea suave y apacible para que las llagas escuezan lo menos posible y lloriqueemos lo justo.
Y por si nadáramos pocos en este agua, a la centenaria coronada patrona de la ciudad y al consolidado festival de la palabra –ya con una decena de años– se unió al principio de esta década una feria del jamón, a la que si apuran aún pueden llegar hoy domingo, último día. Éramos pocos y parió la marrana, vaya, pero además con una prole significativa. Una carpa de la regional Tierra de Sabor, la marca local de Alimentos de Segovia y la asociación de industriales del ramo han liado el asunto, con los camareros segovianos y su infatigable Pali al mando como organizadores. Una mezcla que sale y sabe bien.
Al jamón, evidente estrella del certamen, se unen otros productos, embutidos y queso, con vino y cerveza de la tierra para que aquello no se convierta en un calvario en el gaznate. Pero nada puede con el jamón, porque coincidirán conmigo en que a todo el mundo le gusta. Si conocen a alguien que le haga ascos, díganmelo, que es más noticia que un chaval que no esté a la caza de pokemons. El jamón es un dios nacional con visos de alcanzar la divinidad más allá de las Españas, esas en las que ni el más furibundo de los separatistas de cualquier esquina osa ponerle trabas.
Contaban en la feria segoviana que a escala internacional solo el caviar y el foie puede hacerle sombra en esa pelea por el glamour gastronómico. Es probable, pero el jamón posee una ventaja competitiva sobre sus rivales: es más económico. Hay más cerdos que esturiones y patos o gansos y son unos animales bastante más productivos. Vamos que así es complicado quitarle el favor de la gente al muy español –y segoviano– jamón. Lo remarcaban en la feria al asegurar que es más barato que una lata de sardinas. Y tiene más empaque, claro.
Menos hamburguesas y más jamón aseguraban igualmente en el certamen que ha llenado de sabor el final del verano segoviano. A los niños es difícil convencerlos, pero a usted y a mí creo que nos faltaría tiempo para hacernos vasallos incondicionales. Y como seguro que si han pasado por la feria les ha resultado escaso, porque esto siempre ocurre, vamos a pedir que clausurado el asunto no solo se pongan a pensar en la siguiente edición, sino que inventen otros certámenes en los que la boca se haga agua y nos ayuden a olvidar a tanto y tanto tragón que anda suelto.