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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Menús ilustrados

Andan los hosteleros de restaurantes, para más gloria de esta tierra, en tiempo de plusmarcas. Van de récord en récord como si no hubiera un mañana en el que atender a los miles de comensales que han hecho suyo el lema a comer a Segovia. A los tradicionales puentes que llenan las mesas sobre todo con esos simpáticos amigos del otro lado de la sierra, se unen momentos eventuales de llenazos que estremecen hasta al más avezado veterano de la profesión.
El último ha sido el fin de semana de San José. Un 19 de marzo que por mor de ser domingo se convirtió en unas minivacaciones escolares de ese Madrid de adiós que te quedas sin gente. Y vaya si se quedó y aquí vinieron todos, atascaron la ciudad y los emblemáticos pueblos de la costa del cordero, en el camino a Soria. Vehículos dando vueltas en busca de aparcamiento, niños alborotados y  los incansables ‘pumas’ –algún día les contaré que significa el acrónimo– surgiendo de cada esquina como los norvietnamitas en las películas americanas. Un maremagnum de turistas, una riada de viajeros que, de verdad, después de haberlo visto muchas veces sorprendió, al menos a mí.
Un restaurante que usted y yo sabemos dio la friolera de 1.200 comidas ese domingo excelso, en el que los padres ocupamos las mesas para recibir esos emotivos regalos en forma de calcetines –en mi caso, acompañados de una mariconera para cuando pise, si procede, la arena de la playa el próximo verano–, corbatas, calzoncillos o pijamas, esas prendas que siempre están en el top ten de los presentes en el día en el que a papá tanto quieren sus nenes o nenas.
El pleno turístico del domingo glorioso tuvo continuación al día siguiente, fecha en la que se puso en marcha la Semana de Cocina Segoviana que, cosas del destino, cumple sus bodas de plata como este diario en nuestra Segovia. Flor de calabacín de Mozoncillo; panceta con reducción de judiones en soja; secreto al vermú Garciani; alcachofas con jamón de Venta Tabanera; la trufa negra de Segovia con huevo ecológico y patata; bolita de morcilla de Cantimpalos o crocanti de solomillo de Garcinuño son algunas de las propuestas con vitola segoviana, amén del cochinillo y del lechazo en el que están pensando.
Y como si todos los planetas se hubieran confabulado para hacer de estos días un enorme momento hostelero segoviano, un restaurante segoviano cruzó los límites provinciales para tratar de hacerse un hueco en territorio de otros. Es en la bodega Pago de Carraovejas, de alma de aquí, pero en tierra extraña.
Para que no falte de nada y como no solo de comer vive el segoviano, una exposición en la librería Torreón de Rueda nos recuerda que los caminos del arte en la gastronomía son inescrutables e incontables. A César, el librero de viejo de la calle de La Potenda, se le ha ocurrido mostrar unos menús ilustrados para que veamos que existió un germen, un embrión en su día que ha desembocado en esta locura de cifras y plusmarcas. Documentos hermosos para volver la vista atrás y justificar el comer en Segovia, si te dejan un sitio los bienaventurados amigos de la vertiente sur de la sierra.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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