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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Morir de éxito

Describía Toño Tanarro, fotógrafo con muchas muescas en su cámara, la cara de los guardias civiles que regulaban la entrada y salida de vehículos y personas por el único arco de acceso a Pedraza, en uno de los conciertos de las velas el año pasado en la coqueta villa segoviana. El gesto era de preocupación, incluso de temor, algo que impresiona en un uniformado. Toño, con un aplomo a prueba de todo, contaba que hubo nervios y tensión por la marea humana que, como el agua, siempre busca una salida.
El asunto, por fortuna, se quedó solo en unos momentos de agobio, pero sirvió para que se constatara que algo hay que cambiar en la que es probablemente la actividad multitudinaria más exquisita de cuantas acoge Segovia. Y el tomo nota, casi siempre tan falso, ha surtido efecto en esta ocasión y la fundación que obra el milagro anual de organizar dos noches de ensueño en la villa ha decidido limitar el aforo a cinco mil personas, que ya son bastantes. Una medida de prevención que borre la cara de susto de esos agentes y del bueno de Toño.
El control, además, evitará que el acontecimiento muera de éxito, una enfermedad rara, pero inmisericorde. Porque es una delicia caminar por las calles empedradas, mirar las casas blasonadas, oler a cordero lechal y encender alguna de las miles de candelas –esta vez serán cincuenta mil– para integrarte en el ambiente, pero lo que todos llevamos fatal es tener que sortear a los cientos a los que se les ha ocurrido la misma idea: pasar una noche de verano entre música y velas. Somos muchos los disfrutones y escaso el espacio y eso al final se puede llevar por delante este espectáculo único.
Morir de éxito era un peligro cierto, como lo ha sido desde hace años para Titirimundi, el festival de títeres sobre el que pende la misma dolencia, tal y como avisaron hace tiempo desde su organización. En la edición de hace unos días, ni la lluvia torrencial ni las tormentas han disuadido al público que ha llenado todas las representaciones y las calles segovianas. Nada puede con las cosas que llegan al corazón del espectador y que hace sentirse partícipe de un acto de calidad y exclusivo. Vengo de los títeres de Segovia es ya una expresión a la que el interlocutor suele responder con una sonrisa de aprobación.
El aviso de la muerte por éxito no parece haber cuajado y poco o nulo remedio tienen las incomodidades de tanta gente en la calle abducidos por el mundo titiritero. Sería poner puertas a la ciudad, algo que en Pedraza puede hacerse por la singularidad de su estructura urbana medieval. Una sola entrada –y salida–, como les decía, posee la villa lo que permitirá frenar que aquello se desboque y entre en el caos.
Los conciertos de las velas se han vacunado pues contra esa enfermedad porque recelan de ella. Y aunque para los romanos era dulce y honorable morir por la patria, en el caso de los que vamos uno y otro año a Pedraza los dos primeros sábados de julio, casi que no nos apetece pasar un mal rato a la luz de las candelas. Por eso, restringir el número de disfrutones de esas maravillosas noches es necesario para que aquello no se convierta en una emboscada que nos abrase.DOCU_NORTECASTILLA

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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