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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Son las nuestras

canaleja

Hay mujeres que van al amor como van al trabajo, canta Sabina, tantas veces dado por finiquitado y que ha vuelto a sacar disco después de siete años. El resucitado, como un Pedro Sánchez de la canción, viene con carne fresca y voz aún si cabe más cascada para recuperar el fervor de quienes le consideran un jirón de su memoria y el odio de los otros, los que le reprochan que solo hable de prostitutas, de alcohol y de vicios en general. Y supongo que también hay hombres que aman como una obligación, porque toca y es lo correcto.
Hay mujeres y hombres que cumplen pues con lo establecido, algo que se hace palpable en Segovia al llegar las ferias, en las que ya estamos inmersos. Hay segovianos, segovianas, segovianitos y segovianitas que van a la fiesta como van al trabajo, con el ánimo de hacer algo que hay que hacer. Y sin que se lo cante Sabina que, por cierto, no entra en los cálculos de la programación festiva por el maldito parné. Aquí hemos de conformarnos con Bustamante, que es más barato y quizá levanta más pasiones entre la chavalada que el sexagenario avanzado de la voz en un hilo. Menos mal que tenemos a Rosendo, otro veterano, para darnos en el palo de la rebeldía y que no se nos olvide que hubo una vez en la que el rock y asimilados eran indiscutibles frente a la canción ligera, más bien liviana, de los productos televisivos.
Decía que hay segovianos y otras vueltas de género que son propensos a pasar las fiestas con escaso entusiasmo. Es indiscutible que son bastantes y su actitud es comprensible. Si miramos alrededor, las fiestas no son las más divertidas y no permiten comparación con otras en las que la participación se exterioriza más. Solo hemos de girar visita a cualquiera de los 208 municipios de la provincia para constatar que los vecinos en sus ciclos festivos derrochan excitación. Su pueblo y sus fiestas son las mejores y las de Segovia son eso: de ciudad.
Recuerdo que esta situación se daba en Valladolid. La participación era por inercia y sin grandes adhesiones. Entonces inventaron –bueno, copiaron– lo de que los bares sacaran sus barras a la calle y que hubiera peñas, con su pañuelito, sus litronas y sus cachis. Y allí todo hijo de vecino pucelano se sumó a la fiesta y dejó de ir al amor festivo como quien va al curre. Incluso cambiaron de patrón y del desapacible San Mateo del principio otoñal, el 21 de septiembre, se pasó a la Virgen de San Lorenzo, dos semanas antes, para asegurarse una meteorología más agradable. Y mano de santo, o de virgen, para ser más exacto.
Aquí el tiempo acompaña, pero lo de los bares y las peñas es una asignatura pendiente que desconozco si alguna vez se aprobará, aunque es difícil sin presentarse al examen. Lo que sí ha cristalizado es lo del pañuelo, que se ha incorporado este año en una iniciativa municipal. Es un paso, pero con freno, porque no es una pañoleta al uso festivo, sino que incluye un mensaje contra las agresiones machistas. Poco a poco, que no vayamos a dar un salto tan sabiniano y canalla que no nos reconozcamos ni a nosotros mismos ni a la ciudad. Ya saben, son las fiestas de Segovia, que son como son, pero son las nuestras.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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