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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

El héroe del autógrafo

 

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Conservo un autógrafo de Manolete, el mito del toreo de quien dicen que llevaba la muerte escrita en la cara. Llegó a mis manos hace ya muchos años a través de mi abuela, que lo tenía gracias a mi tío abuelo Fermín, médico de la plaza de toros de Córdoba en la época del diestro, la cruel posguerra. Se trata de una invitación de papel cartón para un homenaje al matador en su ciudad natal y que se celebró el 4 de diciembre de 1944. Junto a la fecha, una foto del torero y, en el centro, su firma, a la que acompañan las de Machaquito y Juan Mari Pérez Tabernero.
Una joya para los taurinos y un bonito recuerdo familiar para mí. Es el único autógrafo o autógrafos, en este caso, que poseo, porque nunca se me ha ocurrido pedir algo así, supongo que por apuro. Solo una vez estuve cerca y muy tentado de hacerlo en una rueda de prensa de Johan Cruyff, en mi tiempo deportivo en esta casa, pero pensé que obviamente era inoportuno. Tampoco me he hecho selfie alguno con un famoso, quizá también por mi torpeza al manejar el aparato de teléfono. El autógrafo decora una de las paredes de casa y comparte marco con fotografías familiares, entre ellas una de mi hija Carolina, ya veinteañera desde hace dos semanas, que come un helado con satisfacción, calculo que con apenas tres años.
Estos días he vuelto mi mirada al pequeño tesoro al cumplirse siete decenios de la muerte del rey de los toreros, del califa o monstruo como lo apodaban. Y he silbado la canción de Sabina, su purísima y oro, para imaginarme cómo debió ser la vida, tan corta, del héroe de una época en la que los españolitos necesitaban más que nunca –y mira que es difícil tener esta plusmarca– distraerse y olvidar una realidad terrible, como bien saben ustedes.
A Manolete lo mató un toro, sí, pero también la exigencia social de que fuera una suerte de libertador de los males que asolaban un país muerto de hambre y de miedo. Manolete, ese tipo serio y enjuto, tenía por contrato social arriesgar más y más hasta perder la vida. Era exigencia del guion de una época de la que casi nadie habla, como si el silencio ayudara a sanar las heridas.
Y me he imaginado también cómo trataríamos ahora a un personaje así. Desde luego diríamos que está loco, como hacemos con José Tomás, quizá el equivalente de ahora. Incluso los prohibicionistas de todo menos de lo suyo añadirían que no se le permitiera torear por exceso de riesgo. Mientras, sus admiradores le silbarían si diera un paso atrás para enseñar el pico de la muleta. Y él desolado, millonario pero triste, como le ocurre a Cristiano Ronaldo, otro similar pero de oficio distinto.
Vuelvo a mirar la foto del autógrafo en la que está brindando un toro, supongo que en la plaza de su Córdoba, y veo al héroe, pero no por dominar la tauromaquia, que es una habilidad como la de ser futbolista, sino por aliviar a tanta gente y regalar alegría. Y aquí no veo alguien equivalente. Por más que miro a mi alrededor, nada de nada. Solo veo bagatelas y fruslerías, insignificancias al lado de quien llegó hasta el final en su compromiso por hacer a los demás la vida más soportable.
Dicen que el héroe de mi autógrafo pretendía que esa fuese su última temporada, que iba a dimitir de tanta responsabilidad. Qué cosas, respecto a esto tampoco encuentro ahora un equivalente.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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