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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Monomanía catalana

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Cuenta Juanjo Marín, panadero, taurino y gran conversador, una anécdota que le ocurrió esta semana que concluye y en la que hemos vivido inmersos en la monomanía catalana. Pasaba junto a la sede principal de CaixaBank en Segovia y oyó a una señora, ya con cierta edad, advertir a un señor que se dirigía a la puerta de la oficina bancaria que no entrara. «Ahí no, que son catalanes», soltó con la esperanza de que fuera a cualquier otra en una calle plagada de entidades financieras.

Juanjo me lo contaba entre divertido y sorprendido, al tiempo que vaticinaba que la solución del pollo catalán se antoja complicada. A esa y otras conclusiones había llegado después de despachar durante un buen rato con otros contertulios de media mañana en la barra de La Tropical, reducto segoviano en la invadida y turística Calle Real. Allí se va a tomar un chato y a arreglar el mundo, bueno, el mundo local, que no acumulan tantas ínfulas y aplican aquello de la película ‘Pasión de los fuertes’ en la que el barman sentencia cuando le preguntan por el amor que él siempre ha sido camarero. Cosas del cine, pero también cosas de una realidad que como bien saben muchas veces supera el ingenio de los guionistas.

Pero el asunto no terminó ahí. Dejo a Juanjo camino de su panadería y me encuentro a Marta Rueda, guía turística, dulce sonrisa y siempre con andar apresurado. Me asegura que esta vez su prisa está más que justificada porque ha quedado con unos chinos, que en su gira han descartado Barcelona para venir a la muy española y romana Segovia, ciudad más segura y tan a mano de Madrid. Marta corre y yo también para tratar de huir de la ‘catalanomanía’ que nos asedia. Dos anécdotas en unos minutos que resumen el estado de ánimo.

Después de lo ocurrido con Juanjo y Marta y bien pensado, qué favor nos hace Puigdemont y sus mariachis de barretina, que con sus majaderías anacrónicas nos benefician. Porque los banqueros huyen de allí para que la señora no tenga otros argumentos para odiarles que sus antipáticas comisiones y los chinos pasan del modernismo a las piedras del Acueducto y de los calsots al cochinillo sin ponerse colorados, cosa por otra parte algo difícil.

Pero mi aventura continuó unos metros más allá, cuando oí a unos jóvenes que iban a llamar a la policía porque les habían robado una mochila. Pensé que ya estaban tardando, pero claro están como para atender otra cosa que no sea la unidad de las Españas, hecha jirones. Y además con el cabreo de constatar –ya desde hace muchos años– que dan la cara y se la parten, mientras el parné no les llega ni para el hotel. Cobran menos que cualquier mozo o moza, guardia urbano o urbana y se han organizado en un colectivo llamado Jusapol, para que en esto del salario también se acuerden de ellos. Que los ánimos están muy bien, pero los dineros ayudan.

Ya no sé donde meterme para eludir el monotema cuando me encuentro un amigo futbolero que me habla de la selección, del Barça y otros temas al uso. Y yo, jadeante de tanto lío catalán, me enredo conmigo mismo y en lugar de preguntar cuándo juega España le lanzo: «¿Y cuándo son los pitos a Piqué?». Qué horror, estoy abducido.

 

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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