Entre la tristeza y el desánimo caminamos los españolitos, que con nuestros impuestos pagamos la fiesta catalana. Y sin poder participar en el sarao, lo que aumenta la sensación de ser unos pagafantas de manual. Aún es peor en el caso de esta tierra, donde a la delirante y disparatada revolución que nos ocupa casi nada aportamos que no sea nuestro dinero y nada, absolutamente nada, llega de la fuga de euros en forma de salida de empresas que a chorro moja este seco comienzo del otoño.
Y este ninguneo, esta posición de cuarto sobrero cabrea más que a un niño quedarse sin cumpleaños. Nadie se acuerda de nosotros, ni para mal, y nuestro protagonismo se reduce a ser un número más, en este caso de los sorprendidos y enfadados ante tanta memez. Por eso siempre buscamos formar parte de una fotografía de la que nos quitan, como borraba Stalin a sus enemigos. Así, contaban, en broma aunque buena parte en serio, que un medio de comunicación local con ganas de situarnos en el mapa y reivindicarnos aseguraba que no había segoviano alguno entre los más de tres mil muertos en los atentados de las torres gemelas. La tragedia era en Nueva York, pero nunca se sabe donde hay un segoviano, con su rebequita en el brazo y su ‘buenomajo’ a punto de salir por su boca.
Sin embargo, si uno se esmera el vacío puede llenarse. Y aquí puestos a buscar algo segoviano en esta locura de mentiras políticas y de necedades de tertulianos, he encontrado algo que nos vincula con el asunto: el ¡a por ellos! La expresión de la jota cuellarana, santo y seña de la villa, de sus fiestas y de sus antiguos encierros, ha estado en boca de los dos bandos, unos para animar a las fuerzas policiales y otros para descartarla y cambiarla. Puigdemont dijo que frente al ‘a por ellos’ prefieren el ‘con ellos’, en un capítulo más del pseudopacifismo que se ha cargado, paradójicamente, el celebrado seny catalán. Cosas que pasan cuando el camino es enrevesado y el relato una patraña.
Ya tienen ahí nuestra contribución. Pequeña pero cierta, aunque me temo que desapercibida para la inmensa mayoría, que desconocen su sello segoviano. Si Puigdemont tuviera una tía nacida en Pinarnegrillo o la peluquera de Anna Gabriel procediera de Mozoncillo, quizá nos hubieran identificado más con el procés y la madre que lo parió.
Pero lo que más nos hubiera gustado, al menos a mí, es que alguna de las cientos de empresas en fuga de Cataluña –casi 1.700– se hubieran fijado en la tierra del olvido. Se lo cambiaría por el ¡a por ellos! sin mirar. No pido un banco, ni una compañía de seguros de gran cartera de clientes; tampoco una farmacéutica de rompe y rasga, ni Seat, porque donde íbamos a meter a sus 15.000 trabajadores y familias.
Solo algo modesto, lo que sea, una empresa que no contamine ni rompa nuestra proverbial tranquilidad. Por ejemplo, la administración de lotería de La Bruja de la localidad de Sort, que también se ha ido de Cataluña. Es para dar otra buena noticia como la de las torres gemelas y en lugar de decir que no hay segovianos afectados, asegurar que, como en el ya lejano año 2000, somos protagonistas y miles de paisanos han sido agraciados. Pero que esta vez me toque, claro.