En toda mudanza siempre te encuentras sorpresas, cosas que ni imaginabas que aún tenías, e invariablemente algo se rompe. Y la Virgen del Acueducto está de mudanza, por lo que no quiero que se preocupen por aquello de que hallen algo inesperado, que no lo hay, sino por esto último de la posibilidad de que en el traslado, como en todos, se produzca un indeseado incidente.
¿Se imaginan la tonelada y pico de peso de la Virgen estrellada contra el suelo del Azoguejo? No seamos cenizos que doctores tiene la Santa Madre Iglesia para que la mudanza sea igual que explicaba el Catecismo la virginidad de María: como un rayo de sol atraviesa un cristal sin romperlo ni mancharlo. Así bajarán la pesada imagen para llevarla a la Casa de la Moneda y, luego, en una liposucción extraordinaria, hacer una réplica con un material más ligero que la piedra caliza, para que pese cinco veces menos. Un operativo delicado, que seguro dará la medida de lo que somos capaces.
La Virgen se va para volver en unos meses justo ahora que tenía un vecino nuevo, el diablo de la calle San Juan, que animaba la corrala. Cuando regrese, hecha una sílfide, volverá a ser vigía de esta ciudad para que no se pierda y abrace a Satán.
Esa es la hoja de ruta de esta intervención pero a mí no se me quita de la cabeza la probabilidad de que algo pase. Quizá por lo que gritaban al torero de fíate de la Virgen y no corras, sobre todo si pasas debajo del Acueducto el día que lleven a cabo esta operación a corazón abierto.