Artículo de César Pérez Gellida publicado en El Norte de Castilla el 3 de marzo de 2014
Cuando estalla la gran bola de fuego las primeras luces del día todavía rasgaban un cielo tintado de un naranja amenazador, casi premonitorio. El planeta no ha conocido una explosión tan violenta en toda su historia. Un poder destructivo superior a treinta megatones causa la devastación de más de dos mil kilómetros cuadrados de superficie terrestre, cualquier forma de vida animal desaparece y la detonación queda registrada en buena parte de las estaciones sismográficas del mundo.
Los testigos hablan de un enorme hongo que se ha elevado varios kilómetros desprendiendo el calor de mil soles. Las primeras investigaciones apuntan a la colisión de un meteorito de proporciones desproporcionadas, pero algo no encaja: no se ha producido cráter alguno. Con tan escasas prendas, la comunidad científica no tarda en tejer diversas hipótesis: un prematuro experimento termonuclear; la aparición de agujeros negros; una explosión de antimateria; una tormenta magnética; o incluso el fallido intento de aterrizaje de una gran nave extraterrestre.
El suceso, que bien podría corresponder al argumento de una novela o película de ciencia ficción, sucedió en Tunguska, en el corazón de Siberia, a las 7:17 de la mañana del 30 de junio de 1908.
Transcurridos más de cien años, la explicación más defendida señala hacia un cuerpo celeste compuesto fundamentalmente de hielo y polvo cósmico que se desintegró al entrar en contacto con la atmósfera terrestre, provocando los terribles efectos anteriormente descritos. La teoría que nunca ha podido ser demostrada científicamente.
Del fenómeno no se habló mucho entonces ni se estudia en la actualidad, y tampoco parece que se vaya a esclarecer en el futuro. Las arenas del tiempo todo lo tapan, y a pesar de ello, a nadie se le escapa que si aquello hubiera acontecido cerca de cualquier núcleo poblado del planeta, hoy no existiría; ya fuera París, Nueva York o Castrillo de la Guareña, Zamora.
Pero resulta que el desconocimiento no causa dolor.
¿Otro vino?
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