Artículo de César Pérez Gellida publicado en El Norte de Castilla el 17 de marzo de 1014.
Cleptocracia: dícese de la forma de gobierno que se fundamenta en la sustracción de bienes ajenos. Ahora bien, no se vaya usted a pensar que se trata de un término que acuñaran en la Antigua Grecia; es, digámoslo así, de reciente creación. Ergo, responde a una necesidad de definir algo que antes no existía.
No obstante, la corrupción entendida como el uso del poder como vía de enriquecimiento existe desde la noche de los tiempos: malversación de fondos públicos, blanqueo de capitales, cohecho, fraude, apropiación indebida o el tráfico de influencias podrían encabezar el ranking de delitos que aliñan una cleptocracia.
Una como la nuestra.
Así, alumbrando el asunto desde dentro de nuestras fronteras, vemos que los casos se multiplican desde 1933, –cuando se ejerció el derecho al voto por primera vez durante la Segunda República–. El franquismo también dejó los suyos, pero tristemente, los casi mil setecientos casos que tiene registrados el Consejo General del Poder Judicial se concentran desde el año 1982 hasta ayer.
Mil setecientos, sí. Y le juego un vino a que no me sabe citar más de cinco.
Haga la prueba.
Seguro que le vienen a la cabeza los nombres de Gürtel, Bankia, Nóos, Bárcenas, el de los ERE´s falsos, y puede incluso que el Malaya, por la bochornosa sentencia. Pero difícilmente recordará otros «asuntos menores» –nótese la sorna– como el de la CAM, Campeón, Pokemon o Emperador, o aquellos más alejados en el tiempo como Gescartera, Filesa, Rumasa, GAL, Naseiro, Banesto, Roldán o Guerra, por citar algunos. En su momento llenaron portadas de periódicos y abrieron los noticiarios de la época; hoy no son más que capítulos olvidados de nuestra vergonzante historia política.
Ahora le juego otro vino a que sí recuerda cuántas Eurocopas tiene la roja, en qué año conseguimos el mundial, dónde, y hasta quién nos dio el gol de la victoria.
Porque conviene esnifar el polvo blanco del triunfo que meter la nariz en nuestro propio retrete.
Y porque somos caraduras de memoria endeble.
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