Asomada a sus 90 años, sentada en su eterna y caliente mesa camilla que alumbraba desde dentro un brasero de luz roja, mi abuela Elena Banastier me dijo esto: “Chapuli, el verdadero lujo es no conocer la guerra ni el hambre”. Ella supo de las dos. En carnes ajenas vivió la necesidad que siempre sintió como suya por “todos los que no tienen nada” a los que nos enseñó a recordar como memento mori y en las propias pasó tres conflictos. De todos, la Gran Guerra fue la que más le marcó.
Ella, que había nacido en Huelva hija de franceses, que gastó las páginas de Platero por las esquinas de la nostalgia en las noches frías de San Sebastián, emprendió en sus últimos años un viaje a una infancia reverdecida entre las jaras de las minas de San Platón, ese jardín feliz y caluroso en el que, si cerraba los ojos, aún era una princesa que devoraba higos dulcísimos y ardientes. En una de esas visitas de la memoria me contó cómo con cinco años y con “la cabeza perdida por el miedo” creyó ver los tanques de los alemanes entrando por la sierra. La guerra le quitó a Hubert, su padre, y también a su tío. Solo devolvió al primero. El joven teniente Aristide Banastier pagó la factura de nuestra familia y el 28 de noviembre de 1918 cayó en los campos belgas de Zillebeke, cerca de Yprés en una contraofensiva alemana.
Su fugaz historia siempre flotó en las neblinas familiares. Para mí, él fue todos los demás muertos, los que un día tuvieron que dejar una casa y una familia y correr hacia el fuego enemigo. Cuando tuve la tentación de escupir sobre los ejércitos, siempre le recordé. Hoy le presiento junto a los 200.000 que cayeron en el desembarco de Normandía y que hieren mi corazón con languidez monótona, ‘Blessent mon coeur d’une langueur monotone’, como rezan los versos de Paul Verlaine que dieron comienzo a la batalla por la BBC. Esas almas “igual que hojas muertas” murmuran hoy desde detrás de las fotos en blanco y negro, de las ametralladoras y de su maldita suerte, ajenas ya a lo poco que les agradecemos el mundo en el que vivimos, a lo rápido que cambiamos ‘la gloire et l’honneur’ por esta montaña de gadgets.
Publicado el 4 de junio