¿Que a quién se le ocurre aparcar su coche en la Gran Vía? ¡A ella! Yo creo a Esperanza Aguirre cuando dice que solo se le fue un poco la olla y se puso con un puma panza arriba. Que supuso, como hemos supuesto todos alguna vez, que el agente en cuestión nos tiene manía y que no tiene otro pito que tocar que firmarnos un autógrafo. Comprendo el ‘No sabe con quién está usted hablando’, porque a todos nos ha salido del alma, al menos hasta que nos respondimos la pregunta antes de hacerla. Incluso creo a Esperanza Aguirre cuando dice que se largó tranquilamente a su casa después de derribar la moto de la Policía Municipal que estaba, según ella mal aparcada. Le creo hasta que pensara que la que estaba mal estacionada era la moto y no ella y que desoyó las sirenas y las advertencias de la policía hasta llegar a su casa, cosa que en el centro de Madrid ya no hacen ni los narcotraficantes en fuga. Creo todo esto porque Esperanza Aguirre es una fiera corrupia, un basilisco capaz de bailar la danza del fuego en el hall de un hotel de Bombay atacado por los terroristas, dar una rueda de prensa con ‘Manolos’ y calcetines, merendar un huevo duro viendo los toros en la andanada de Las Ventas, amortiguar a una mano la caída de un helicóptero y hasta retirarse de la política. A su lado, Chuck Norris –que ha mandado un telegrama- es un ‘boy scout’. De hecho, si Espe fuera hombre y no tuviera esa corrección ‘polite’ británica, andaría por ahí sacándosela. De verdad que la capacidad de absorber un litro de agua tibia por el recto de la que se ufanaba Camilo es un juego de niños al lado de la naturalidad con la que doña Esperanza se lía el pitillo de la realidad y se lo fuma dibujando aros de humo en el aire de la tarde. Concibo las tangentes, el infinito, la formación de las galaxias y las columnas de magma recorriendo el núcleo de la tierra sólo porque existe ella, vale, pero no me bajo de esto: tirar el coche en el carril bus de la Gran Vía para sacar pasta es para encarcelarla.
Publicado el 2 de abril.