En Europa nos permitimos el lujo de olvidar demasiado pronto la sangre en las redacciones. En los medios, hasta la guerra puede ser rutina y de pronto, fuera hay un ruido y llegan los tiros, los golpes, dos capuchas, los gritos desesperados y el silencio de la parada cardíaca. En realidad, con toda su golfería […]

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Francisco Apaolaza

La columna de Francisco Apaolaza

Pearl Harbour en Paris

En Europa nos permitimos el lujo de olvidar demasiado pronto la sangre en las redacciones. En los medios, hasta la guerra puede ser rutina y de pronto, fuera hay un ruido y llegan los tiros, los golpes, dos capuchas, los gritos desesperados y el silencio de la parada cardíaca. En realidad, con toda su golfería y su irreverencia, cuando los perros de Dios entraron ayer a la redacción parisina de ‘Charlie Hebdo’, asaltaban en el corazón de la libertad de expresión, que es el miocardio de este Occidente nuestro. Matar por religión en la ciudad de la Bastilla… Disparar contra una opinión en la ciudad de Voltaire es el ‘Pearl Harbour’ de nuestro ADN como pueblo, un ataque en la mismísima piedra de toque de todo lo que somos. Y que por cierto no son ellos. Por eso lo hacen. Qué absurdo, qué dolor y qué vergüenza.

No se trata de locura, ni de desconocimiento, ni las religiones, así en general, tienen la culpa de esta vaina. No se confundan. Esta es una guerra por la civilización en la que usted y yo estamos hasta las cejas. Cargarse a doce tipos por una viñeta tiene su aquel como maniobra efectista, pero como castigo de los infieles, es una charranada. Nunca se leyeron tanto los cómics sobre el Profeta y ayer cientos de humoristas tomaron el lápiz caído de los compañeros. Los de ‘El Mundo Today’ publicaron un artículo delicioso en el que se confirma la bondad del dios de los musulmanes. Se titula ‘Alá es la polla’.

Alguien en Siria o en Toulouse pensó que para conseguir callar a esos tipos había que matarlos, y tenía razón. No los callaron vivos. Cabu, Charb, Wolinski, Bernard… A las once llegó la muerte y adelantó el cierre. Se la vieron venir de frente con su paso cansado y le ofrecieron una silla. «No tengo hijos, no tengo mujer, no tengo coche, ni crédito», dijo el director Sébastien Charbonneau, el jefe de la tribu de los héroes del dibujo por el que preguntaban ayer a gritos antes de descerrajarle un tiro. ‘ Gloire aux héros’. Somos gente baladí, pobre y un punto inconstante, pero cuando se acorrala a un periodista, se tira al cuello como las ratas. Su problema es que hay muchas ratas. Somos más ratas que balas, así que venga su guerra santa. Les estamos esperando.

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Ideas liebre, pirotecnia subjetiva y recopilación de los textos de opinión publicados con mayor o menor audacia por el autor.

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