Para entender en clave interna el viaje de Herrera a Lisboa hay que aplicar el principio de relatividad del filósofo Ramoneda: los acontecimientos son función de la posición desde la que se observan. El lector podrá censurar que este esta cita es un clásico de esta sección, pero no la hay más certera para entender qué hace Herrera en la cuna de Pessoa.
Por partes. Lo primero que hay que hacer es saludar el cambio de rumbo que ha pegado el presidente a las relaciones con Portugal. Ha tardado siete años en centrar en su gobierno el asunto en un único departamento, lo cual, además de añadir coordinación, ha aportado criterio. No están tan lejos los tiempos en los que, por ejemplo, se encargaba a la consejera de Hacienda un programa relacionado con la promoción del vino. Herrera decidió en un momento determinado -por fín- observar los acontecimientos relacionados con Portugal desde la posición más ventajosa posible para los habitantes de la comunidad, que no es otra que la de cooperar. Así se entiende la transformación presidencial experimentada hace dos años, cuando decidió dar prioridad política a esta materia, después de haber sido incluida como asunto de comunidad en la principal norma de Castilla y León, el Estatuto.
Reconocido ese cambio de postura como bueno, esa nueva posición permite hacer de la necesidad virtud, lo cual es positivo. Portugal es el segundo país al que exporta Castilla y León y, si tenemos en cuenta las cifras, resulta que las operaciones económicas entre la comunidad y Portugal superan los 1.600 millones de euros y que la agroalimentación, que está salvando de la quema muchos empleos en esta durísima crisis, se lleva el gato al agua.
Herrera ha decidido completar su particular principio de relatividad sobre Portugal con un viaje a Lisboa; es la única manera en la que podía hacerlo, yendo, porque desde Castilla y León por Lisboa no se pasa. Ya dirá si ha descubierto, en esa novedosa posición hacia los vecinos portugueses a esa «gran multitud amiga, que se codea con palabras en la gran procesión del Destino», que escribiera el inmortal Pessoa en su “Libro del desasosiego”.
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