Partidos y colectivos sindicales, empresariales y sociales negocian para el 23 de abril
J. I. FOCES
Casi ni ha empezado la Semana Santa, periodo vacacional en la política autonómica al menos por cinco o seis días, y el horizonte del 23 de abril, Día de la Comunidad, aparece ya bastante cerca. El martes pasado, casi a la chita callando, se celebró la primera reunión de los integrantes de la comisión que redactará el Manifiesto de Villalar. La sede de Izquierda Unida en la capital vallisoletana fue el lugar donde se sentaron alrededor de una amplia mesa miembros del PP, del PSOE, de IU, de Tierra Comunera, de UGT, de CC. OO., de las organizaciones agrarias, de Cavecal y del Consejo de la Juventud. Sólo hubo unos ausentes: los empresarios de Cecale. Pero, tranquilos, que no cunda el pánico. Hasta las nuevas tecnologías tienen errores y a la sede de la patronal no llegó el correo electrónico de convocatoria de la reunión.
Hasta que se produjo esta aclaración hubo nervios. Incluso alguno de los convocados sintió en sus carnes un latigazo similar al que notó en el 2008 cuando a ultimísima hora, justo instantes antes de la firma del Manifiesto de aquel año, los empresarios se desmarcaron del resto de fuerzas políticas y sociales y decidieron no firmar aquel texto por las referencias que incluía sobre la negociación colectiva. Este año estarán. De hecho ya han comprometido su presencia en la próxima reunión de los firmantes, prevista para el 9 de abril.
¡Cómo ha cambiado esta comunidad! Lo que hace unos años era motivo de disputa, de polémica, con el PP autoexcluido de este tipo de reuniones y de su presencia en la Campa de Villalar de los Comuneros, por obra y gracia de José María Aznar, se ve ahora, afortunadamente, como lo más normal de la comunidad. Si la política se nutre de simbolismos, el de la firma del Manifiesto de Villalar con el concurso de todas las fuerzas políticas, sociales, sindicales y empresariales es un símbolo, y grande, para una comunidad en la que cuando uno menos se lo espera, saltan chispas provinciales.
En su momento, la vuelta del PP a la campa, y posteriormente, el Manifiesto tuvieron un efecto demoledor en las mentes de aquéllos que disfrutaban (buen número de ellos desde dentro del propio partido gobernante) con la falta de unidad en torno al Día de la Comunidad. El cambio de actitud en las filas populares es una de las manifestaciones más evidentes de la mentalidad avanzada que imprimió Juan Vicente Herrera en ideas y actitudes a su llegada a la Presidencia de la Junta, de la que se acaban de cumplir nueve años. Será una de sus mayores aportaciones al PP, a su forma de hacer política y, por consiguiente, a la propia sociedad castellana y leonesa.
Los reunidos el pasado día 23 en la sede del Izquierda Unida en Valladolid decidieron partir del Manifiesto del año pasado, uno de los textos cuya relectura sería conveniente por lo que representó como aportación al ideario común de la comunidad: unidad. Bien es cierto que forzada por la crisis económica, pero, a fin de cuentas, lo importante es que se pusiera negro sobre blanco una frase tan contundente como la que leyó el periodista Javier Pérez Andrés en la Campa de Villalar: «La confianza en el futuro se construye día a día con el esfuerzo de todos».
Sigue habiendo crisis. Luego el Manifiesto de este año volverá a aludir a tan negra circunstancia. Sólo hace falta repasar las cifras del Servicio Regional de Empleo Ecyl para darse cuenta de que el drama de la falta de trabajo afecta a doscientos mil hogares de la comunidad. La gran duda en estos momentos es si, además de la crisis, va a haber otra serie de asuntos que puedan entorpecer el consenso de otros años en el Manifiesto. Apunten uno que, como mínimo, dará para debatir en el seno de la comisión negociadora: la solicitud que han hecho algunos ayuntamientos de la comunidad para albergar el almacén temporal de residuos nucleares. Un buen número de las asociaciones y colectivos firmantes del Manifiesto están en contra de esta instalación y los populares, que también lo están, han vinculado cualquier autorización medioambiental por parte del Gobierno de Herrera a que José Luis Rodríguez Zapatero dé marcha atrás en su pretensión de cerrar la central de Garoña.
Hoy por hoy, en vísperas del descanso político semanasantero, el del almacén de los residuos nucleares es el único asunto que plantea dudas, y muy pocas. Es tal el grado de optimismo en los negociadores para alcanzar un acuerdo sobre el texto final, que incluso alguno ya ha manifestado su intención de pedir que se retire del texto final con tal de que haya consenso.
Y todo eso, ¿por qué? Pues porque el Manifiesto de Villalar se ha convertido en la madre de todos los documentos que puedan significar consenso en una comunidad. Consenso entre unas fuerzas que sólo han sido capaces de unirse últimamente para aprobar la tercera reforma de su principal norma institucional, el Estatuto de Autonomía, y de eso hace ya un lustro. En cuanto hubo que empezar a desarrollarlo (léase traspaso del Duero a Castilla y León, por poner un asunto de calado) o en cuanto se plantearon materias de defensa de los interés de los castellanos y leoneses (léase integración o unión de las cajas de ahorro), el consenso saltó por los aires.
El Manifiesto es, hoy por hoy, el último reducto de consenso en esta comunidad autónoma. Y el único. De ahí que su aportación más importante al debate social y político y a la propia mentalidad de los ciudadanos sea el que se refiere a que ese texto es la mejor forma que existe en este momento de reivindicar, e incluso defender, la identidad castellana y leonesa. Y eso, con lo que ha caído estos años, es un grandísimo logro.