J. I. FOCES
El ordenamiento jurídico de Castilla y León no contempla la figura de “especial protección” para personas. Deberían empezar a pensárselo quienes entienden de esas cosas, especialmente si se fijan en una figura como la de Julio López, el reelegido por cuarta vez líder de la Unión de Pequeños Agricultores de Castilla y León. Ha sido su última reelección, seguro. Alguien que está acostumbrado a ver crecer la cebada y el trigo y a segarlo cada año, sabe lo que es el ciclo vital y que para que algo (en este caso UPA) siga vivo necesita savia nueva. A eso se dedicará también los cuatro años que tiene por delante. Digo también porque va a tener que hacer muchas cosas más que, como si de sus particulares diez mandamientos se tratara, se resumen en una: luchar por que sea valorado el trabajo de los agricultores y ganaderos, aquellos que sostienen a miles de familias arraigadas al medio rural y que se encargan de que en todas las mesas, en todas, haya alimentos de calidad.
Julio López lleva en la lucha agraria cuatro décadas. Es de los que tenía que convocar clandestinamente asambleas y reuniones en bodegas de pueblos cuando hacer esas cosas estaba tan perseguido que, si te pillaban los del tricornio, te ponían tibio. Tan entregado estuvo a ello que hasta el noviazgo lo pasó en asambleas para fomentar el espíritu reivindicativo y colectivo en un sector inmerecidamente acusado de individualista. Desde los tiempos de la Asociación Campesina Abulense, que él ayudo a fundar, hasta el V Congreso Regional de UPA ha visto llover tanto que el pelo se le ha puesto completamente blanco.
Pero, por lo que se ve, no las ideas ni las ganas de seguir siendo rebelde. Porque rebelarse es lo que quiere hacer Julio López en esta su nueva etapa. Y lo expresa con una teoría según la cual en una mesa pueden ser servidos dos clases de huevos, los de gallinas contentas y los de gallinas tristes. Estas segundas son las que se crían en granjas de multinacionales, las de la globalización, esas que son engordadas deprisa y corriendo porque hay que producir y producir y producir… Las gallinas contentas son las de granjas de ganaderos que se encargan de criarlas con una alimentación sana para que los huevos que ponen sepan a campo, que es a lo que tienen que saber unos huevos que se precien; y, además, el ganadero que las cría obtiene por ello unos ingresos adecuados a su trabajo. Ahora mismo esto de los ingresos justos es utopía; si alguien padece la crisis desde antes que el resto son los agricultores.
«Salir de viaje es ganar un proceso contra el hábito», escribió Raúl Guerra Garrido en su “Castilla en canal”. El viaje que Julio López empezó hace décadas ha servido para sacar del hábito a cientos de personas en el medio rural. Sigue en su viaje. Para gente como él, el ordenamiento jurídico debería contemplar la figura de “especial protección”.