Después de que las cajas hayan dado un portazo al PP y al PSOE, arrojando a la papelera su plan para integrar los negocios e inversiones en el Grupo Cajas de Castilla y León, todas las miradas en el sector financiero, político, sindical y empresarial se han dirigido desde el viernes al presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera, y al secretario regional del PSOE, Óscar López. Miradas acompañadas de un pensamiento más o menos en esta línea: «¿No midieron sus fuerzas antes de intentar unir a las cajas? ¿No calcularon adeptos y rechazos? ¿No contaron quiénes les apoyarían y dónde estaban los principales recelos?».
Sinceramente, y después de darle muchas vueltas, lo más fácil, pero también lo menos reflexivo, es echarle la culpa al tándem Herrera-López. Tienen lo suyo, porque iniciaron el proceso de integración de las cajas. Pero en cuanto se rasca un poquito, aparecen tantas voces confirmando que ha pasado lo que parece, que el Orfeón Donostiarra se queda pequeño en tamaño. ¿Qué ha pasado? Tres cosas. Primero, que han fallado las formas. Sí, sí, las formas. Desde prepotencia a imposición, quienes conocen los entresijos de las negociaciones y algunas de las expresiones que han sido vertidas en ellas, resaltan esos términos para destacar que una negociación tan delicada debe ser llevada por otros derroteros, desde luego con muchísima más mano izquierda que la que se ha aplicado por parte de los máximos responsables de la Consejería de Economía.
Por supuesto, que hay más que un mal cálculo de formas para negociar. También es culpable de la ruptura el batiburrillo que ha emanado de los reinos de Taifas que son el PP y el PSOE en las provincias para esto de las cajas, donde algunas direcciones (por ejemplo, Ávila en el PP, León y Salamanca, en el PSOE) han pasado olímpicamente de Herrera y López.
Y a esto hay que añadir el histórico rechazo de las seis cajas para unirse en Castilla y León. Un nuevo rechazo, y van muchos, desde que la comunidad es autonomía, muchos.
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