Una de las señas de identidad de esta Taberna es que no se casa con nadie, por lo que nos permitimos el lujo de poder estar en desacuerdo con todo lo que se mueve, incluidos nuestros propios compañeros de fatigas. Afirman Gaby Ruíz y Rodrigo Errasti que se habla demasiado de cosas que nada tienen que ver con el fútbol, dejando de lado la riqueza táctica de los partidos, las habilidades asombrosas de ciertos jugadores o las mil variantes que aparecen como por arte de magia en un partido de fútbol. Vale, eso está muy bien pero no deberíamos olvidar nunca que, como dijera el añorado Luis Aragonés, el fútbol es un deporte de listos ¿Saben ustedes quién ganó la batalla entre el City y el Barça del pasado martes? Una pista: no fue el Tata Martino.
No hay que ser un Bilardo desatado poniendo somníferos en el agua del defensa brasileño Branco o pinchar con alfileres los traseros rivales para conseguir desquiciar, manipular o volver loco a un jugador del equipo contrario. Sin llegar tan lejos como el Narigón, que incluso investigaba la vida privada de los contrarios para mentársela durante el partido, hay entrenadores que se manejan en las cloacas del fútbol como nadie. El ejemplo más cercano y paradigmático es José Mourinho, el gran triunfador de la noche de Manchester, a pesar de no habérsele visto en el Etihad Stadium.
Mou se ha dedicado las últimas semanas a enmerdar la Premier con la eficacia que le caracteriza, aumentando exponencialmente su club de fans entre el colectivo de los entrenadores. Basta con afirmar, como quien no quiere la cosa, que el Barça de hoy día es el peor en muchos, muchos años y que no está al nivel acostumbrado tiempo atrás. El meneo a Martino y los suyos fue curioso. Ganaron, sí, por dos tantos a cero en el corazón de Inglaterra, con un hombre más sobre el campo, pero sin entusiasmar o enamorar como antes. Si a eso le añades que la providencia te regala una acción polémica, la entrada de Demichelis, el día es tan feliz que incluso Mourinho estuvo tentado a ponerse a sí mismo una vela en su altar particular. Munición de primera calidad para seguir con la cruzada de la conspiración judeomasónica que regala títulos a los barcelonistas. Pero la noche iba a reservar al Special Setubalense el premio mayor, la mejor satisfacción, la culminación de su éxito personal, una nueva pieza para colocar en el salón de casa: Manuel Pellegrini.
Pocos entrenadores han sufrido en sus carnes una campaña tan atroz, feroz, impía y salvaje como el Ingeniero chileno hasta tener que salir por la puerta trasera del Real Madrid. Pocos. Tipo educado, de trato afable y discurso poco dado a ofrecer titulares, ya tuvo que lidiar con los excesos y pullas del portugués mientras dirigía al Málaga. Ahora, de nuevo compartiendo campeonato aunque en otro país, la tentación de volver a malmeter contra Pellegrini era demasiado fuerte como para no caer. Mourinho era como un yonqui en pleno síndrome de abstinencia y volvió a las andadas criticando el dinero empleado por el jeque para hacer del City un equipo campeón (Abramovich, su jefe, tiene por lo que se ve al Chelsea para desgravar a Hacienda), afirmando que los árbitros favorecen al equipo azul celeste. Sutil forma de despreciar el trabajo de su ¿colega? de banquillo al que, curiosamente, ha ganado en 8 de los 10 enfrentamientos que han mantenido aunque, vaya casualidad, la última victoria del chileno se producía justo la semana pasada en la FA Cup. Tanto metió Mourinho el dedo en el ojo de Pellegrini que terminó por saltar, transformarse, traicionarse a sí mismo y convertirse en Mou por un día, recurriendo a la socorrida excusa arbitral para justificar la derrota de su equipo, soslayando lo mal que planteó tácticamente el partido y la mediocre imagen que ofreció su equipo. Vale que estas cosas pueden ser mortalmente aburridas, pero no me negarán que también forma parte de este circo, ¿no?