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Igor Paskual

La Tentación del Mundial

El himno español es el mejor

España comenzó a perder su partido contra Chile en el momento en que se escucharon los himnos. La FIFA tiene la obligación de poner cada himno nacional un mínimo de 90 segundos. Cuando el himno chileno salió por los altavoces de Maracaná, sólo se escuchó durante los cuarenta segundos que dura la parte instrumental. Cuando comenzó la letra, bajaron el volumen y fue el público quien cantó. La gente se contagió y el himno se prolongó por más de dos minutos. Eso aportó al equipo un extra de fuerza y de moral y unió a los futbolistas con sus seguidores. Y es que un himno potente puede marcar el devenir de un equipo, igual que lo hizo el “You’ll never walk alone” del Liverpool, que se comenzó a cantar en las gradas de Anfield a principios de la década de los sesenta y cobró tal relieve que el título de la canción se incorporó como lema al escudo. Tampoco hemos de desdeñar la intensidad que transmiten al Panatinaikos sus aficionados gritando el “Horto mágico” (“Hierba mágica”). Algo apoteósico. Muy distinto es el himno de la Roma, adornado de sabor italiano, que le sienta como un traje a medida. También se debería guardar un lugar especial al “On The Ball, City”, del Norwich City de 1890, la canción de fútbol más antigua. Pero las selecciones no pueden escoger su himno. Tienen el mismo que el de su país. De hecho, una selección es como una embajada o un barco en aguas internacionales: una prolongación del estado-nación.

Nosotros no cantamos nuestro himno nacional porque no tiene letra. Y ahí reside precisamente su virtud. Somos un país plural y diverso, un estado heterogéneo de una complejidad notable. De hecho, dudo mucho que Sergio Ramos y Xavi tengan la misma idea de lo que es España. O Diego Costa y Busquets de lo que significa ser español. O Casillas y Juanfran. O Torres y Villa. Y ninguno de ellos es menos español que el otro, lo que sudece es que lo son de manera distinta. Por eso es perfecto que el himno español no tenga letra. Permite que cada jugador le dé una interpretación personal sin depender de un texto que podría no recoger las diversas sensibilidades que existen dentro del grupo. Las diferencias puestas al servicio del equipo contribuyen a mejorarlo, nunca a empobrecerlo. Durante demasiados años, muchos políticos y medios de comunicación han tratado de imponernos una idea uniforme de qué es España y ser español. Una visión hermética y monolítica.

La gracia de España reside en su diversidad y en las muchas maneras de vivirla y de expresarla. Algunos admiran de su país el mundo de peinetas y desfiles militares. Otros preferimos su riqueza literaria en su distintos idiomas. Otros gozan del saber vivir. Y algunos, como Clemente, niegan su españolidad, precisamente a través de un comportamiento que, por desgracia, ha sido (y sigue siendo) muy común en España: la grosería, la chulería, los malos modales y la falta de respeto por el que no opina como tú. Nuestro himno es el mejor posible para este país. Sin embargo, los jugadores españoles, por más besos que den al escudo, no han exhibido ni una sola muestra de amor por su país. Eso ha sido cosa de los griegos que, en una carta remitida a su Primer Ministro, renunciaron a los incentivos económicos para que el estado griego invirtiese ese dinero en infraestructuras deportivas. Por 720.000 euros cualquiera es español. Nuestros futbolistas no saben de letras, pero de números, ¡vaya si entienden!

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