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mis tripas, corazón

Las tumbas de mi mapamundi

Viene a jugar a casa Marina, la novia de mi hijo pequeño. Tienen once años y creen ya que su amor es de siempre y para siempre. Les doy la razón: por supuesto que el amor es eterno mientras dura. Que disfruten de sus mariposas, y de sus sueños.

Me dice Marina que está triste porque Aimán, un compañero del colegio, se marcha a Marruecos. Me busco el rostro de Aimán en la memoria y me llega desde su primer libro de lectura y de su sonrisa buscando el mar con los otros marineros en el arenero de los párvulos.

Me imagino que tanto él como sus hermanos nacieron ya en España, donde sus padres llegarían hace casi tres lustros en busca de una vida mejor. Y la encontraron. Pero se ha roto.

El año pasado Edgar Enrique regresó a Colombia. Leo se marchó llorando a República Dominicana. No sé qué ha pasado con las dos preciosas niñas peruanas que vivían al final de la calle y que venían de vez en cuando a casa para que les dejara tocar a los gatitos.

No están.

Los colegios públicos, verdaderos centros multiculturales, multirraciales y multicolor en los últimos años, se están quedando vacíos de niños de otros mundos y de padres de mil razas esperando a sus hijos a la hora de salir. Eran un zoco, la Plaza Roja, la selva de la Amazonia, aires de los Cárpatos, música del Caribe, frío de la taiga y un saludo en mandarín.

Se van.

En el Colegio Cervantes de Valladolid hay un mural en uno de sus pasillos. Sobre un mapamundi están pegadas las banderas de todos los países que ‘aportaron’ niños a sus aulas. Bajo las banderas, el primer párrafo de El Quijote en varios idiomas. Lleva allí colgado seis o siete años; lo sé porque lo hice yo (confieso que la traducción al árabe me la tuvo que escribir la madre de Dunia) para alguna semana cultural en la que se incluyó también la gastronomía y que convirtió el patio del cole en una especie de ONU del barrio Delicias. A la tortilla de patatas se unieron el yogur búlgaro, los tamales, las pupusas, el cuscús, las sopas de ajo, las paprikas, el gulash y el chorizo a la sidra, del que dio buena cuenta Hassán muy a pesar de su madre y más de Alá.

Desde que empezó el curso no he entrado en el cole. Estoy segura de que hay banderas sobre el mural que ya no tienen sentido (en el caso de que alguna lo tuviera). Me dan ganas de ir mañana mismo a poner flores sobre las tumbas del mapamundi. Si lo dejo para más adelante tal vez nos hayamos ido. Como Aimán.


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