Hace pocos días conocíamos la historia de Gina, la chimpancé del zoo de Sevilla que muestra un especial interés por el canal porno de televisión. Sus cuidadores le han instalado un aparato con TDT tras un cristal y le han dado un mando a distancia que ha aprendido a manejar seguramente en menos tiempo que yo el mío.
Gina ve la tele por la noche. Como yo. Pero nunca me he fijado si hay canal porno en la mía, claro que, para esto soy animal, tirando a chimpancé, de costumbres: algunas películas de La 2, series del canal del crimen, ‘Mil maneras de morir’, ‘Frasier’ y, por supuesto, ‘Aída’.
El que Gina haya optado por películas pornográficas no significa que, privada de pareja en su encierro involuntario, eche de menos aventuras amatorias en la selva del Congo. Podría ser, pero es más acertado pensar que opta por dicho canal ante la oferta de los restantes: los gritos en el ‘Deluxe’, noticias 24h (porque no quiere sufrir), el fútbol (supongo que vería un partido y cree, como yo, que es el mismo siempre) y el ganning casino (sus cuidadores no le dan la paga).
Ante esto es lógico pensar que se entretenga con películas de pocas palabras y mucho movimiento; como no hay nada de Buster Keaton, se sumerge en la tranquilidad de la noche visualizando ‘Alejandro Magnum’ y, además, el protagonista le recuerda a un antiguo novio, pero sólo de barbilla para abajo. Quizá llore antes de dormir.
En 2011, el zoo donde vive Gina fue acusado de “maltrato animal, falta de atención veterinaria y hacinamiento”. Antes ya se había denunciado que era utilizada para ser “un monigote” de televisión, tras sus apariciones en pantalla, y que incluso se había rechazado el que tuviera compañía de otros de su especie para no “deshumanizarse”. Seguro que llora antes de dormir.
Yo tengo una gata naranja que se llama Penélope, por la canción de Serrat. Ella ve con mis hijos, sentados todos en la alfombra, los documentales de animales. Le encantan los de cebras y se los traga hasta el final; los niños no. Cuando salen los títulos de crédito, salta sobre la mesa y se recuesta en el teclado de mi portátil, a que le rasque la tripa. Luego me abandona para una larga siesta en el sofá, enroscada a sus hermanos mininos. Le digo que aprenda a usar el mando para apagar la tele, como la chimpancé de Sevilla. Me pregunta si aún no me he enterado de que Gina sueña con ser gato. Y me dedica una sonrisa antes de dormir.